Un puñado de nubes, 85

24−10−2011.
No fue todo entre ellos aquella noche. Amalia, resuelta, envuelta aún en una sábana de baño le propuso a León:
−Mira, ya sabes cómo estaba la casa. Todas las cosas por medio. No he podido terminar ni la mitad de lo que yo pensaba. Parecía esto un hospital robao, por Dios. Mañana podría venir temprano…
−¿Tú sabes la hora que es ya?
−Muy tarde, ya lo sé. Podría quedarme aquí y así quizás podría terminar mañana la parte de abajo que está hecha una leonera. ¿Sabes cuándo vuelve Alfonso?
−Pues exactamente no lo sé, pero seguro que hacia mediados de la semana que viene.

Mientras hablaban, salieron del cuarto de baño. León la acompañaba como un acólito, pegado a su costado. El cuerpo de Amalia despedía aún un vaho cálido y perfumado. Estaba algo excitado. Las palabras de Amalia le producían cierta inquietud. ¿Cómo iba a quedarse sola en el palacete? Llegaron a una de las habitaciones pequeñas, donde ella había dejado su ropa de calle. Con la mayor naturalidad del mundo se desprendió de la sábana de baño y quedó de nuevo desnuda ante él, de espaldas otra vez.
−¿Te importa? −y le indicó, con un gesto de la cabeza, que saliera−.
«¡Las mujeres!», pensó León. Si antes, en el baño la había estado lavando la espalda, a qué venía ahora este pudor. León obedeció, aunque le hubiera gustado verla desnuda también de frente.
Cuando salió de la habitación, Amalia le dijo:
−¡Buen muchacho!
−¿Estás jugando conmigo?
−Por Dios, León…
Amalia le sonreía con un pícaro gesto.
−¿Entonces?
−¿Entonces qué?
−¿Estás decidida a quedarte aquí?
−Contigo sí −dijo ella resuelta−.
−Mira, Amalia, ninguno de los dos somos ya unos niños que juegan al equívoco. ¿Me estás proponiendo que me acueste contigo? Dilo con claridad.
−Claridad, claridad…
−Sí, con claridad.
−Bueno, pues sí. Tú te quedas aquí conmigo, me haces compañía y yo te lo agradezco. ¿Qué malo tiene?
−No sé si es buena idea… ¿Sabes desde cuándo no…?
−¿Sabes tú desde cuándo yo…?
−No tengo pijama −puso León como última excusa pueril−.
La carcajada de Amalia resonó en todo el palacete. Por un momento, León se sintió ridículo. Podía haber puesto cualquier otro motivo.
−Será todo nuevo para los dos. No tengas miedo.
−Miedo, lo que se dice miedo…
***

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