Descubierto, pues, el engaño, el movimiento pendular se reanuda terminando así el ciclo acción/reacción con el que había empezado el fragmento.
Para analizar concretamente esta última reacción del Ciego ‑la más extensa y compleja de las tres‑, conviene tener en cuenta los aspectos siguientes:
a) Desde el punto de vista de la pertinencia estructural, observemos que el inicio de esta última reacción ‑unidad de cierre‑ está en relación simétrica y contrastada con el inicio de la unidad de apertura. En efecto, si al principio de ésta se nos dice que el Ciego «Usaba poner cabe si un jarrillo de vino», ahora, en cambio, es Lázaro quien parece haberse acostumbrado a sentarse entre las piernas del Ciego esperando, con los ojos cerrados y la boca abierta, que la fuentecilla empiece a destilar el codiciado vino: «y luego otro día teniendo yo rezumando mi jarro como solía […], sentéme como solía».
b) Atendiendo a la pertinencia psicológica, hay que subrayar que la actitud de Lázaro es de una total seguridad en sí mismo, gracias a que, sin duda, ha podido comprobar repetidas veces ‑«como solía»‑ el perfecto funcionamiento de su última estratagema. Tanta es su confianza, que ahora llama al jarrillo «mi jarro»; y tanto es su abandono, que se extasía «descuidado y gozoso» con la «cara puesta hacía el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor».
Ahora bien, este estado de gozosa despreocupación en que se encuentra Lázaro ha sido premeditadamente aceptado por el astuto Ciego, ya que será conditio sine qua non para que pueda cumplir su venganza. Y es que el Ciego ya había comprendido por qué el jarrillo se vaciaba: «tantas vueltas y tientos dio al jarro que halló la fuente y cayó en la burla». Para ello, el Ciego ha acudido de nuevo a su única posibilidad de información, los sentidos, en este caso el tacto; pero es interesante observar que, al decir «halló la fuente», se insinúa que el Ciego ha utilizado metafóricamente un nuevo sentido, el olfato: el verbo hallar, en latín afflare (1), incluye el significado ‘oler la pista de algo’.
Es también sugerente considerar la pertinencia del doble significado que ofrece el verbo caer, el cual, por un lado, indica el término de un proceso analítico y su consecuente deducción: «Caer, venir a dar en el engaño», en latín, cadere (2); por otro lado, y en su acepción más común, caer significa ‘venir un cuerpo de arriba abajo’ (3), anticipando así el modo de la acción vengativa que prepara el Ciego.
Estos tres verbos ‑dio, halló y cayó‑ prolongan y sintetizan en clara correspondencia semántica con lo que en otro momento denominé el eje especulativo de nuestro texto, sustentado hasta aquí por conocer, sentir y saber:
líneas 5-6
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«conocía la falta» = percepción táctil (gustativa) = «tientos dio»
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líneas 15-16
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«me sintió» = percepción auditiva (olfativa) = «halló»
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línea 37
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«no sabiendo» = deducción intelectiva = «cayó»
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Antes de llevar a cabo su venganza y para no levantar recelo en el despreocupado ánimo de Lázaro, el Ciego va a hacer uso de su arma favorita, la simulación: «mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido». Frase de la que es importante analizar el participio del verbo sentir, porque ahora ya no presenta el mismo significado de ‘percibir por el sentido del oído’, sino el de ‘juzgar, opinar’, en latín, iudicare, existimare» (4). De esta manera, este participio sentido se incorpora al campo semántico de los verbos conocery caer y refuerza la idea de un saber recuperado por el Ciego. Una recuperación que, como hemos visto, ha pasado del análisis de todas las percepciones sensoriales ‑salvo, obviamente, la visual‑ a la deducción intelectiva.
Pues bien, esta misma andadura va a prolongarse a lo largo de la última reacción del Ciego, pero ahora subrayando el contraste entre el saber de éste y el no saber de Lázaro. Desde el punto de vista dinámico, el desenlace será fulgurante y en relación con el velocísimo gesto del Ciego, quien «alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca». En cambio, desde el punto de vista narrativo, esta tercera y definitiva reacción del Ciego será la más amplia y meticulosamente descrita. Y es que, sin duda, el narrador ‑es decir, Lázaro‑ ha pretendido dar a la represalia de su amo su exacta y doble medida:
a) Cuantitativa (energía, potencia y peso):
líneas 53‑54: «con toda su fuerza alzando con dos manos»;
líneas 55‑57: «ayudándose como digo con todo su poder»;
líneas 61‑62: «el cielo con todo lo que en él hay me había caído encima».
b) Cualitativa (crueldad), contrastando así el estado de Lázaro antes y después del brutal escarmiento:
«rezumando mi jarro» (línea 42) |
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«el jarrazo tan grande» (líneas 61);
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«mi cara puesta hacia el cielo» (líneas 46‑47) |
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«rompiéndomela por muchas partes» (línea 63‑64);
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«destilarme en la boca» (líneas 29‑30) |
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«me quebró los dientes» (línea 64).
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Rudo castigo, cuyas consecuencias se prolongan en el tiempo hasta el presente mismo de la narración, cuando Lázaro, ya adulto, está casado con la barragana del Arcipreste: «el jarrazo [fue] tan grande que […] me quebró los dientes sin los cuales hasta hoy día me quedé» (líneas 61‑65) (5). Pero, además de las dolorosas heridas, el jarrazo ha producido en Lázaro otro efecto cuyo interés no parece ocioso destacar: «Fue tal el golpecillo que me desatinó y sacó de sentido» (líneas 60‑61). Frase ésta de la que conviene deslindar el significado del verbo desatinar y su correspondencia semántica con sacar de sentido, porque, de nuevo, nos situamos en el eje especulativo del fragmento.
Desatinar presenta tres acepciones que me parecen pertinentes:
a) Primero, en su significado de desconcertar, ‘quitar o pervertir el concierto de alguna cosa’ (6). Cabe preguntarse si vale asociar esta pérdida de Lázaro con el «no sabiendo qué podía ser» del Ciego ‑es decir, pérdida de la posibilidad de conocer‑ frente a la tercera burla del mozo. Si se acepta esta hipótesis, desatinar adquiriría la dimensión, por lo demás lógica, de revancha.
b) Segundo, al estar compuesto por el prefijo privativo des‑ y el verbo atinar (es decir, ‘apuntar cuidadosamente’), el verbo desatinar parece estar empleado en sentido irónico, puesto que le quita a Lázaro ese tino o acierto de que había hecho gala hasta aquí; un tino que, ahora, pertenece al Ciego.
c) Desatinar, en fin, y también irónicamente, puede aludir al amor loco, desatinado, que Lázaro tiene por el vino, «yo […] moría por él» (líneas 18‑19), y que el jarrazo del Ciego se va a encargar de escarmentar.
Por lo que concierne a sacó de sentido, notemos, en primer lugar, que podríamos considerarlo como una prolongación pleonásmica del verbo desatinar: a sacó decorrespondería el prefijo privativo des‑; y a sentido correspondería tino. Y, en segundo lugar, que sacar de sentido concuerda semánticamente con desatinar en los tres niveles examinados:
1) «sacó de sentido» (línea 61), entendido como ‘pérdida de entendimiento u razón’. Latín, Mens. Animus (6), en relación con desatinaren a);
2) «sacó de sentido» significa también ‘pérdida de la facultad de percibir las impresiones de los objetos exteriores’. Latín, Sensus (7), en relación con desatinar en b);
3) «sacó de sentido», cuya acepción de ‘pérdida del apetito inferior del hombre’. Latín, Sensus (8), está en relación con el loco amor de Lázaro por el vino, es decir, desatinar en c).
La victoria del Ciego sobre su joven rival aparece en nuestro texto de manera tan perentoria que es imposible no percatarse de ello, por muy rápida y desatenta que fuese la lectura, en voz alta o no, de este fragmento. Dudo, en cambio, que pueda ocurrir lo mismo con respecto a ese entramado de simetrías, correspondencias y contrastes que hemos señalado y analizado en sus diferentes niveles.
Cierto es que esta constatación no merma totalmente la validez de la teoría de la oralidad en el Lazarillo; pero, al menos, nos permite dudar de su finalidad recitativa, ya que sólo después de una cuidadosa lectura y análisis de este fragmento nos percatamos de su complejidad. Y esta duda se afianza más aún, si prestamos atención a ese “énfasis fónico”, a propósito del cual García de la Concha afirma que «sólo alcanza su plenitud de realización mediante la expresión oral». Consideremos, pues, ciertos aspectos fónicos del fragmento en cuestión.
(1), (2) y (3): Véase Joan Corominas. Diccionario críticoetimológico de la lengua castellana. Gredos.
(4): Véase S. de Cobarruvias.
(5): No se han señalado, creo, ciertos olvidos que comete el narrador a propósito de esta pérdida, según parece definitiva, de los dientes («sin los cuales hasta el día de hoy me quedé») de Lázaro. Así, en este mismo Tractado Primero se lee: «que con solo apretar los dientes se me quedaran en casa (las narices del Ciego)». En el Segundo Tractado tenemos: «Y otro día, saliendo de casa, abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y los dientes un bodigo». En fin, en el Tractado Tercero: «Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, (me obligo a cercenar) un pan de cuatro libras».
(6), (7), (8): Véase J. Corominas.