La larga conversación telefónica que mantuvo León con su amigo Alfonso le dejó un sabor agridulce. Al menos había escuchado su voz, sus disparatados proyectos, el anuncio de su próxima llegada y el encuentro que tuvo con viejos conocidos. «El mundo es un pañuelo», pensó León. Seguía, sin embargo, dudando si proponerle a Amalia lo de la limpieza del palacete. Mientras se decidía, se encaminó por la avenida hasta el jardín de la Buhaira. Al menos allí, bajo los naranjos o los olivos, estaría más fresco que en la calle. Al parecer habían regado por la mañana temprano y el ambiente era muy agradable.