Estaba alboreando el día, cuando sentimos ruido de motores que procedían de la carretera de Torreperogil. Vimos cómo dos camiones tomaban la curva en la Torrenueva y enfilaban la carretera de Vilches. Iban muy lentos, con la compuerta de atrás bajada. En el cajón, casi encima de la cabina, dos milicianos con sus armas en las manos fue lo primero que vimos de cada camión. Nosotros y algunos curiosos más nos acercamos para ver lo que transportaban. Mis padres querían que nos entráramos en la casa, pues presentían lo que esos siniestros camiones llevaban. La visión era macabra y aterradora. Una argamasa de cuerpos humanos sin vida, entremezclados, sangrantes aún, algunos con los ojos abiertos y vidriosos. Los camiones iban dejando un reguero de gotas de sangre. Hoy yo me pregunto: ¿sería capaz de ver esas escenas dantescas a mis 74 años? ¡Creo que no! Aunque, a diario, la televisión se encarga de mostrárnoslas en Zaire, Lagos y Argelia, sin gobernantes ni gobiernos que, en los umbrales del año 2000, sepan o hagan por dónde erradicar esos funestos acontecimientos…