Nuevo encuentro de los Sánchez Cortés en Francia, 2

08-10‑2010.
DÍA 7 DE AGOSTO, SÁBADO
Sobre las diez de la mañana salimos raudos, con Antonio como avezado piloto. Comentamos que nuestro fiel escudero, el coche C4, ya sabrá qué conductor tiene en su lomo por su forma de conducir y ver la vida en la carretera…

La mañana está fresca, pero radiante. Nosotros seguimos con nuestro ilusionado viaje que gracias al GPS es más seguro, pues Margui le ha puesto que calcule la ruta más rápida. Con lo que a lo largo del trayecto la voz femenina nos ayuda a ir dilucidando el camino exacto aunque, como a todas las mujeres, es preciso entenderla, pues tiene su lenguaje particular y más de una vez te equivoca si no sabes comprenderla…
Con las familias de Stéphane y Sandrine en Saint‑Émilion, nada más llegar.
En el coche he hablado con la madre de mis hijas y nos ha dicho que, cuando sacó la basura anoche, hacía un calor impresionante; pero que luego, a lo largo de la noche, fue refrescando y hasta tuvo que taparse. Cuando nos comunicamos con ella, se estaba dando un paseo mañanero para disfrutar del fresquito y hacer por la vida, tratando de que el colesterol y demás índices analíticos perniciosos se pongan en su estado más óptimo.
Antes de pasar la frontera, nos paramos para echar gasóleo y llenar el depósito, pues sabemos, y luego lo comprobamos, que en España está más barato, aunque no demasiado. También llamo a Movistar, al 2255, para que me den de alta en la tarifa de Europa durante el tiempo que vamos a estar en Francia, pues saldrá más barato: un euro por día; pero termino la conversación con la desazón propia de haber estado hablando todo el tiempo con un enlatado que sólo sabe decirte que pulses el botón correspondiente o las frases hechas de turno…
Desde la gasolinera conduzco yo. No entramos al servicio de caballeros, pues está de pena; aunque luego, más adelante, bien que lo lamentamos, los varones especialmente, pues somos los que más líquido hemos tomado y las necesidades fisiológicas nos son más acuciantes…
Nos hacemos la ilusa idea de que cuando crucemos la frontera, con las autopistas tan buenas que hay en Francia, nos plantaremos en menos de cuatro horas en Burdeos… Mas comprobamos, amargamente después, que ese proyecto no se cumplirá, pues no contábamos con que antes de salir de España hay un control para abonar peaje; más otro, nada más cruzar la frontera, donde los franceses nos vuelven a cobrar; y, además, unos pocos kilómetros más adelante, nos hacen tres cuartos de lo mismo… Lo peor no es que nos cobren sino que se forman unos bouchon ‘embotellamientos’ de tres pares de narices y de varios kilómetros, pues no sabes en qué fila colocarte para que sea más rápido el pago de autovía. Suele pasar, por las “Leyes de Murphy”, que siempre es otra cola la que corre más que la tuya, te coloques en la que te coloques… Tanto es así que, en el tercer “pagamento”, desistimos de ir por la autopista y le decimos al GPS que nos lleve por una ruta alternativa sin autopistas de peaje; pero, mira por donde, nada más salir de allí, por los nervios o la mala suerte ‑¡aunque, voto a bríos, juraría que no hice nada conscientemente!‑ compruebo que el coche se me viene abajo en cuanto le pongo tercera y no puede pasar de los 45 km por hora. Harto preocupados, nos preguntamos, como don Quijote, «¡Mala suerte la nuestra que, además de los embotellamientos, ahora nos llega lo que nos faltaba: se nos estropea el coche! ¡Por todos los demonios del infierno…!». Por ello, nos paramos en la plaza de un pueblecito cercano, para hacer las necesidades más perentorias junto a un prado que hay al lado de la iglesia, loque nos sabe a verde gloria… Comprobamos que ni hartos de vino vamos a llegar a Burdeos, siendo ya más de las dos de la tarde, para comer con Stéphane y Christel, que nos tienen preparada una suculenta comida. Margui, antes había hablado por teléfono ‑nada más entrar en Francia‑ con él para que estuviesen preparados y decirle por dónde íbamos. Por eso, nuevamente tiene que pedirle que coman ellos solos sin desvelarle que, según creemos, estamos averiados, mientras pensamos el asunto. Entonces le digo a Margui los síntomas del coche y veo que en el cuadro de mandos pone “Pause 45 km”, lo que nos lleva a pensar que, sin yo darme cuenta y a la salida de la autopista, haya tocado el limitador de velocidad que se encuentra en el volante y lo haya activado. ¡Quizá esa sea la razón de que no pueda pasar de esa velocidad!Margui mira y consulta las instrucciones y de esta manera puede arreglarlo, por lo que quedamos plenamente contentos. Nos sentimos, como don Quijote y Sancho en las extensas llanuras de La Mancha, satisfechos de haber solucionado correctamente la aventura de la posible avería. Yo ya estaba pensando y diciendo:
‑¡Vaya suerte la nuestra: nos venimos a Francia con el coche nuevo y nos hace exactamente lo que el viejo sabe hacer tan a menudo y por eso ya no nos fiamos de él…!
Con Sandrine y Stéphane en el claustro de la Colegiata de Saint‑Émilion.
Llegamos, pasadas las cuatro de la tarde, sanos y salvos, directamente al domicilio de nuestros familiares, que nos están esperando, a los que contamos, ya en profundidad –bueno, Margui, que es nuestra intérprete universal e imprescindible‑, lo que nos ha ocurrido y nos ponen de comer lo que nos tienen preparado, que nos sabe a gloria, pues, una vez solucionado el tema del viaje, nuestro cuerpo nos iba pidiendo el sustento que desde por la mañana no habíamos renovado.
Antonio y Margui en Saint‑Émilion, encantador pueblo pleno de piedra y viñedos…
Como le decía a Antonio, en un aparte, llevo dos días sin siesta y eso se nota, aunque todo sea por el viaje de los “Sánchez Cortés”.
Después de comer, descargamos y entregamos los regalos pertinentes que traemos desde España. Luego marchamos a ver a la familia de Sandrine, que nos espera en un precioso pueblecito de piedra y flores: Saint‑Émilion. Allí nos encontramos y saludamos efusivamente. Nos damos un pausado y productivo paseo, entrando a los distintos monumentos que se encuentran abiertos. A algunos no podemos acceder, porque es un poco tarde; pero, de todas maneras, el pueblo nos encanta, pues tiene un sabor muy monumental y francés, adornado con multitud de plantas, incluso puestas en las farolas, y con bastantes ruinas patentes, que nos sirven para echar fotos y añorar tiempos mejores de este pueblecito rocoso. ¡Nostálgico que es uno…!
Todos los niños en el lavadero…
De todas formas, nos gusta mucho la Colegiata, el Campanario de la Iglesia Monolítica, la Torre del Castillo del Rey, el lavadero y los viñedos que circundan a este bello pueblo pétreo, cargado de historia, así como otros monumentos que podemos consultar con el programa que nos regala la hija mayor de Sandrine: Anaïs. Incluso nos bajan por una calle empedrada de mucha pendiente, que se escurre que es un susto, por lo que han puesto unas barandillas en medio para poder agarrarse, pues las piedras están tan lisas por algunas partes que son pistas de patinaje auténtico. Sandrine se preocupa por mi rodilla, para ver si puedo andar y deambular por la ciudad; pero yo le digo que no tiene importancia, dándole buenas muestras de que todavía, a la pata coja, puedo ser un turista avezado que llega a cualquier parte del mundo…
En Saint-Émilion, encantador pueblo pleno de piedras y viñedos.
Me cuenta Margui que Sandrine se ha puesto en contacto con otros “Sánchez Cortés” de España y ni le han contestado. ¡Qué pena!
Al poco tiempo, se van ellos para preparar la cena y quedamos nosotros tres con Stéphane y Christel, dando un nuevo paseo por el pueblo, en el que ya no hay ese trasiego de ciudad turística que tenía cuando llegamos, pues han desaparecido los múltiples coches aparcados a su entrada o salida. Se nota que es una villa que vive del vino y del turismo, pues lo delatan sus encantadoras y típicas calles y plazas, donde puede degustarse cultura, piedra y tranquilidad a raudales.
Cena romántica con la familia de Sandrine.
Luego, cogemos el coche y Stéphane nos lleva a casa de Sandrine, que vive en Tierra Santa, poblado que pertenece a Libourne. La verdad es que tanto donde viven Stéphane y Christel como Sandrine y familia son sitios encantadores, ya que la naturaleza te envuelve y acompaña con su paz y tranquilidad pasmosa, y además no oyes en todo el día coches ni ruido de circulación, por lo que son lugares encantadores en donde es bueno vivir, pues se disfruta de cada momento de una manera pasmosa, y más en esta sociedad superagitada que nos estamos creando, donde no hay tiempo para hablar y departir los momentos tan sublimes y agradables que nos ofrece la vida.
Sandrine nos sorprende con una cena romántica ‑se ve que tiene una sensibilidad especial‑ en su patio, pues ha puesto velitas y gasas sobre la mesa, en la que estamos hasta cerca de las doce de la noche, hablando en francés principalmente, pero entreverando frases o palabras en español que nos saben a todos como una bendición bajada del cielo. Todos nos imaginamos lo que estarán pensando los patriarcas “Sánchez Cortés”, Antonio y Fernando, así como todos los que ya gozan del descanso eterno: Paula y José, Antonio, Guillermo y Mariana, Juan y Pepita, Matilde, etc. Al vernos aquí reunidos ‑tan lejos de su amada Úbeda‑, alimentando la llama votiva de la familia y del amor que todo ser humano necesita, se convierte en algo más, cuando la consanguinidad y la amistad hacen presa conjunta en sus corazones…
Yo, brindando por los “Sánchez Cortés”…
Tanto a unos como a otros damos recuerdos de “Los Sánchez Cortés españoles” de Úbeda, Madrid y otras poblaciones, especialmente de los que nos habían dado expreso deseo de que fuésemos en su representación y disculpásemos su no asistencia, porque el ritmo de vida que se lleva, la crisis económica y la falta de tiempo y dinero han sido las razones principales para que solamente Margui, Antonio y yo hayamos ido en peregrinación a visitar a “Los Sánchez Cortés” que viven en Francia.
Los niños también disfrutaron de lo lindo…
La cena es, además de agradable, tranquila, reposada y exquisita; pantagruélica, diría yo. Sin olvidar el acompañamiento de los diversos vinos, escogidos “ad hoc” para la ocasión.
Fatigados por la larga jornada de viaje, las impresiones y ante el fresquito de la noche, no tenemos más remedio que despedirnos de esta querida familia, aunque mañana volvamos a encontrarnos con el fin de hacer una visita turística conjunta a la duna más grande de Europa y al océano Atlántico, que nos estará esperando con los brazos abiertos.
Exquisito y típico pato confitado con patatas preparado por Sandrine.
Llegamos a casa de Stéphane, pasadas las doce de la noche, y caemos rendidos en nuestras respectivas camas para que Morfeo, con su esperado poder, nos conduzca, por los vericuetos del descanso y la ensoñación, a una recuperación de fuerzas físicas y psíquicas, tan necesarias para seguir la intensa marcha del día siguiente.

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