Galdós confirma su intención en el Prefacio que escribió para una de las ediciones de esta obra: «En Misericordia me propuse descender a las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca o criminal y merecedora de corrección».
Y más adelante nos da la clave de los dos protagonistas de su novela, que son los que ocupan este comentario: «El moro Almudena, “Mordejai”, que parte tan principal tiene en la acción de Misericordia, fue arrancado del natural por una feliz coincidencia […]. Acudí a verle y quedé maravillado de la salvaje rudeza de aquel infeliz, que en español aljamiado interrumpido a cada instante por juramentos terroríficos, me prometió contarme su romántica historia a cambio de un modesto socorro. […] El tipo de la “señá Benina”, la criada filantrópica, del más puro carácter evangélico, procede de la documentación laboriosa que reuní para componer los cuatro tomos de Fortunata y Jacinta. De la misma procedencia son “Doña Paca” y su hija, y el elegante menesteroso “Frasquito Ponte”».
Esta novela pertenece a la tercera etapa del escritor, donde aparece una clara tendencia espiritualista. Y si en “Nazarín” y “Halma”, el protagonista había sido una especie de quijote religioso, casi un símbolo poco real, en Misericordia, Galdós corrige esta trayectoria y da un giro hacia lo humano: Benina, aunque creyente, es indiferente a la práctica religiosa; Benina hace caridad en su círculo humano, sin buscar reconocimientos ni consuelos, sin dar mérito a lo que hace; Benina es una mujer sencilla, que reacciona espontáneamente ante la miseria humana.
Su figura se engrandece paulatinamente, según el desarrollo de la obra. Galdós nos hace un negativo de su personalidad, al no darle belleza, ni quizás inteligencia (mejor cultura). Pero así quedan más resaltados sus aspectos positivos: su constante lucha por la existencia y su indudable simpatía. Nos habla de su fortaleza, a pesar de su vejez, y de su «extraordinaria capacidad para forjar y exponer mentiras».
Era una excelente cocinera, pero a la vez «la más intrépida sisona de Madrid». No robaba: «Robar, no. ¿Que no me ven? Pero Dios me verá». Cuando no tuvo para hacer limosna, intentó aceptar el conjuro de la brujería por si fuera posible conseguir dinero. Tenía la virtud del ahorro y protestaba ofendida, cuando se ponía en duda su honestidad.
Este personaje vivo, que hace caridad porque sí, se nos convierte en algo evidentemente santo. Pero Galdós, firme en su propósito, cuando podría hacernos aceptar un final de aureola para Benina, nos la deja amancebada con Almudena, sufriendo la incomprensión y la murmuración de los que la rodean.
«Únicamente se permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia, con el ciego llamado Almudena». Esta es la primera vez que el autor nombra a este segundo y principal personaje. ¿Qué representa Almudena en la vida de Benina? Lo primero es que entre ellos existe corriente de simpatía mutua, de honradez, en medio de la miseria en que viven.
El primero en socorrerla es Almudena, quien siente y nos presagia un cariño distinto: necesita, en su escasez absoluta de todo, algo más que el consuelo y la cercanía de Benina. Por eso tiene celos, que son de amor y de miedo a perderla, que lo llevan incluso a golpearla brutalmente. Benina le tiene compasión: esto es, sufre con él. Y le perdona todo… aunque no se fía.
Si “Doña Paca” representa para Benina la devoción a una persona a la que se ha servido por mucho tiempo, Almudena podría ser la depuración del amor al hombre, sin más asa que la pureza de intenciones y la conmiseración ante el sufrimiento. Porque Almudena, según lo pinta Galdós, era de aspecto desagradable. Bien podría apartarse de él, si no hubiese más razón que el atractivo. Pero, por otra parte, ella podría ser su madre. A pesar de ello, Almudena enloquece por la Anciana; su ceguera solo ve las cualidades del espíritu y Benina es para él su mujer “única”. La anciana no tiene más salida que jugar una encantadora discreción. Almudena: enamorado; Benina: maternal.
«—¿Te alimentas con tenerme aquí? ¡Bonita sustancia!
—Mí quierer ti…
—Sí, hijo, quiéreme; pero haz cuenta de que soy tu madre, y que vengo a cuidar de ti.
—Tú ser bunita.
—¡”Miá” que yo bonita… con más años que San Isidro, y esta miseria y esta facha!».
Benina no es pobre de oficio, como Almudena, sino circunstancial. Pide limosna cuando no tiene más remedio. «No sé cómo vas a arreglarte para vivir en este monte de tus penitencias. Porque tú no pides; aquí nadie ha de traerte el garbanzo, como no sea yo; y yo, si ahora tengo algún dinero, pronto me quedaré sin una mota, y tendré que volver a pedirlo con vergüenza». Galdós ha idealizado la situación al llamar monte a «un vertedero de escorias, cascote y basuras».
Para Almudena, aquel era el monte Sinaí, donde hacía penitencia por amor a Benina. Ella acude a socorrerlo y a intentar convencerlo de que estaba en un error. Pero advierte que su afecto por el ciego (afecto más hondo precisamente por su ceguera, que lo hacía más inválido) está comprometiéndose por estos irrefrenables anhelos del hombre. Aún así, lo consuela.
«—Si tú casar migo, mí encuentrar tesoro mocha.
—Bueno, bueno… Pues ponte a trabajar para la averiguación de dónde está la tinaja llena de dinero. Yo vendré a sacarla y, como sea verdad, a casarnos tocan».