II.- Un estudiante que trabaja

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

Hubiera ido a saludar al profesor, pero no me apetecía aguantar sus reproches y las comprometidas preguntas que me haría. O sea, que pedí un café, encendí un cigarrillo, y me puse a pensar que a los profes se les da muy bien aconsejar, decir que tenemos que estudiar mucho y esforzarnos en cada asignatura, pero ellos no se aplican el cuento.

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I.- Un trabajador que estudia

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

Terminé la carrera de Psicología en la Universidad de Barcelona en el año 1974. No digo estudié, como sería lo natural, porque a mi edad no me gusta echar mentiras. Bastante tenemos con los políticos, que en esa materia son unos “cracks”. La mayoría de los que asistíamos a la facultad en horario de tarde desde las seis a las diez de la noche, compartíamos los estudios con algún trabajo, generalmente en la enseñanza.

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En el vellocino, no todo era mena (oro de 24 quilates), y 02

También había ganga (a despreciar y tirar).

Por Salvador González González.

O este otro hecho. En un viaje que hicimos a Villacarrillo, ahora no recuerdo con ocasión de que, si fue para representar una obra de teatro, una intervención coral o vaya a usted a saber, pues bien, cuando llegamos, el padre encargado del viaje avisó de que la salida del autobús era a una hora concreta y de donde estábamos aparcando. Sería posiblemente la vuelta a Úbeda creo que a las 18 horas de ese día, advirtiendo que la hora de salida era sagrada y que si alguien no la cumplía se encontraría con las consecuencias de que se le dejaría allí y tendría que volver por su cuenta. Sucedió que, a las 18:15, faltaban dos compañeros, arrancó el autobús y se quedaron en Villacarrillo; por tanto, tuvieron que valerse por ellos mismos para regresar.

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En el vellocino, no todo era mena (oro de 24 quilates), 01

También había ganga (a despreciar y tirar).

Por Salvador González González.

Las semblanzas que trasladé de vivencias en nuestra SAFA, que pudieron ser muchas más, espero que con ellas fueran suficientes para rememorar esos tiempos pasados, procurando e intentando no hacerme demasiado “pesao” y/o “empalagoso”; al menos, era mi pretensión. A raíz de ellas, varios compañeros me han enviado correos, watsApp, indicándome que les gustaba, pero que creían que no se había hecho hincapié, en que todo no era oro reluciente en la SAFA, sobre todo, referido a que muchos que la dejaron no fue por decisión propia o carencias académicas, sino fruto de criterios “purgativos” para con ellos.

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En busca del vellocino de oro, y 04

Por Salvador González González.

Por cierto; tengo una anécdota que hoy tiene su gracia, pero entonces no la tuvo, aunque después de todo fue mejor así. La cuento y, con ello, acabo estas semblanzas que he titulado búsqueda del vellocino de oro como complemento a lo que el compañero ha publicado. En uno de esos viajes, en el que yo ya era tutor ‑a su vez‑ de otro paisano que, aunque tenía más edad que yo (iba para enseñanza profesional), desconocía el recorrido y los entresijos y dificultades, por lo que sus padres me solicitaban que cuidara de él, cosa que hacía con mucho gusto; aunque a este pupilo, por ser mayor que yo, no le hacía mucha gracia. Todo hay que decirlo: fue también por poco tiempo; de nuevo, las dificultades de estudios del centro hicieron que tuviera que abandonar relativamente pronto.

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En busca del vellocino de oro, 03

Por Salvador González González.

La merienda era otro trozo de pan y las más de las veces una pastilla de pan de higo ‑bastante duro, por cierto‑, o alternando las menos de las veces un trozo de chocolate, que algunos guardaban para el desayuno, donde antes de que aparecieran en el mercado “las nocillas untables”, ya se había inventado en los desayunos del colegio, porque se sumergía la pastilla de chocolate en el café caliente que nos daban, para reblandecerla y así untarla en el pan.

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En busca del vellocino de oro, 02

Por Salvador González González.

Al dejar de funcionar la lavandería, estas monjas ‑extraordinarias mujeres; desde aquí mi recuerdo y agradecimiento‑ quedaron para el servicio de enfermería. Con ellas mantuve una muy buena relación, a raíz de unas “fiebres tifoideas” que cogí y por las que estuve una temporada en la enfermería, tiempo que aproveche para ponerles al día unos ficheros que tenían desordenados.

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En busca del vellocino de oro, 01

Por Salvador González González.

Siguiendo con el objetivo de los argonautas (relato del compañero Jesús Ferrer), búsqueda del vellocino de oro, se cree que bajo el mito hay algo de verdad, basado en la búsqueda de los “placeres auríferos” mediante una técnica algo rudimentaria y primitiva, consistente en utilizar pieles de cordero en el lecho de los ríos, ricos en pepitas de oro, que se depositaban en la misma y luego extraían, secando la piel al sol, antes de un nuevo uso. Con el mismo símil, muchos buscábamos el “oro que nos diera la Safa” y acudíamos en su búsqueda desde distintos lugares.

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El viaje, y 05

Por Jesús Ferrer Criado.

Bajamos del tren con nuestros bártulos, todos detrás de Pepe Fernández, que oficiaba de hermano mayor y, atravesando el edificio de la estación, nos dirigimos a la explanada que hay detrás. Enfrente, había un gran café bien iluminado y con bastantes clientes que ocupaba casi toda nuestra perspectiva y hacia allí nos dirigimos. Pepe habló con el encargado y nos permitieron dejar nuestras maletas amontonadas en un rincón de la sala.

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El viaje, 04

Por Jesús Ferrer Criado.

En el departamento de al lado ha habido cambio de pasajeros. El tipo de la bota sigue, los muchachos también, pero la señora joven se fue en el tren de Granada. Algunos viajeros dormitan de mala manera con la cabeza apoyada en su propio hombro. Muchos han bajado del portaequipajes un tabardo o algo de abrigo, porque el frío se hace sentir. Otra vez pasa el revisor, para ver si en el vagón hay alguien nuevo a quien pedirle el billete.

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