También había ganga (a despreciar y tirar).
Por Salvador González González.
Las semblanzas que trasladé de vivencias en nuestra SAFA, que pudieron ser muchas más, espero que con ellas fueran suficientes para rememorar esos tiempos pasados, procurando e intentando no hacerme demasiado “pesao” y/o “empalagoso”; al menos, era mi pretensión. A raíz de ellas, varios compañeros me han enviado correos, watsApp, indicándome que les gustaba, pero que creían que no se había hecho hincapié, en que todo no era oro reluciente en la SAFA, sobre todo, referido a que muchos que la dejaron no fue por decisión propia o carencias académicas, sino fruto de criterios “purgativos” para con ellos.
Alguno citaba el nombre de algún padre prefecto que, obviamente, como no dispongo de información directa, aunque no dudo del que me la ha trasladado, no puedo ni debo hacerme eco de la referencia concreta, aparte de por la confidialidad a la que me debo, también porque ya se sabe que “la presunción de inocencia” es básica y fundamental para todo el mundo, mientras no se demuestre lo contrario; obviamente, véase por ejemplo cómo los periodistas de investigación, hasta que no aportan la prueba sobre lo que publican, hablan de “presunto” y saben que mientras no se juzgue y haya sentencia condenatoria no se puede atribuir a una acción su carácter delictivo o culposo sobre alguien.
Por tanto, los hechos concretos deben narrarlos el que los vivió en primera persona o tiene prueba fehaciente de lo que dice o afirma.
Si es cierto, porque todos lo experimentamos, lo de afirmar que aproximadamente de cada promoción, alrededor de un 75% de los que la iniciábamos, se quedaron en el camino. Unos, porque se les hizo cuesta-arriba y no pudieron; otros, porque a tenor de las reglas (por ejemplo, la moral de entonces) fueron considerados no merecedores de continuar y, por tanto, expulsados simple y llanamente. Yo animo, a los que lo deseen y quieran, a que pongan los puntos sobre las íes, a modo de catarsis colectiva, que sirva de memoria histórica retrospectiva de nuestra presencia y de aquellos otros que tuvieron que irse de nuestro centro. Yo no soy de “tirar la piedra y esconder el brazo”; así que, como botón demuestra, contaré cómo se expulsó a un grupo de compañeros de promoción, por haber ido a ver la película “Esplendor en la hierba” de Elia Kazan, con un Oscar en su haber y alguna nominación (creo año 1961). La iconografía de entonces en cartelera, prensa y radio anunciándola, incitaba obviamente a ir a verla; pero, claro, tampoco se nos puede olvidar que entonces imperaba una censura que, en el caso que nos ocupa, seguro que como mínimo sería de “mayores con reparo”, en base a la terminología de entonces, y que se colocaban en la entrada de las iglesias, respecto a las películas que en ese instante se proyectaban. También he de decir que otros, en aquellos momentos, entre los que por supuesto, posiblemente, también admito que me podía haber encontrado, si hubiésemos dispuesto de dinero para la entrada (yo casi siempre estaba sin blanca), casi seguro que nos habría afectado el asunto, es decir, que no estaban todos los que debieran, por circunstancias; en mi caso, como he dicho, por carencias para obtener la entrada; por tanto, me libré como tantos otros por “carambolas de la vida”.
De igual modo, cada uno cuenta cómo le fue, y puede darse el caso de que alguna persona de la SAFA, a determinados compañeros, les fue muy favorable y a otros, esa misma persona les fue fatal. Así me lo ha dicho un compañero de curso, a raíz de las semblanzas que narré, según él estuvo a punto de que se “la liaran” por un texto escrito en una pizarra. Alguien trasladó quién fue el autor (algo que me resultó extraño, pues nunca imaginé que algún compañero delatara a su autor y desconocía las consecuencias, aunque intuía algo, al no comparecer el compañero en cuestión a las pruebas de junio en Granada). Este compañero me ha dicho que, gracias al padre Mendoza, no lo expulsaron, y le ayudó a salir de ese atolladero.
Y cuento otra, en primera persona, que me sucedió a mí. En esa etapa de pre-adolescencia, vivida en Úbeda, junto con otros compañeros, hicimos amistades con “unas chicas ubetenses” (estoy hablando, estando en la tercera división, con 12 años) y, cuando salíamos a la ciudad desde el centro, nos veíamos con ellas. A mí, francamente me venía “espléndido”, porque, como ya he dicho, casi siempre estaba “sin blanca” y estas nos proveían de aquellos primeros cigarrillos Koch mentolados clandestinos, de pastelitos, escuditos de los que se llevaban, disponían de cámara fotográfica con la que nos hacíamos fotos en el entorno urbano de extrarradio de Úbeda, incluso a veces nos pagaban (al menos a mí, alguna vez) la entrada de cine en el Ideal Cinema de aptos para todos los públicos en sesión continua. Todo iba a pedir de boca, ciertamente; pero el asunto empezaba a desbordarse, porque estas ya venían a nuestra misa del domingo en nuestro centro y se colocaban en la parte lateral izquierda de la nave central, donde estábamos nosotros. El director espiritual, padre Mendoza, que no se le escapó el asunto, en su labor de guía espiritual, “me hizo cantar la gallina” y confesar toda la trama, y con una filípica, fundada y con criterios creo que oportunos, acabó con aquel pseudo romance (más chiquilladas de mozalbetes que otra cosa) de conveniencia. Hoy valoro, positivamente, su intervención, porque obviamente mis padres estaban haciendo un esfuerzo enorme y yo dedicando el tiempo libre a estos menesteres; por tanto, mi “postureo” entraba un poco en confrontación, por lo que podía jugármela y no debía hacerlo (por ahí anduvo su filípica).