Por Margarita Latorre García.
Sí, ya sé que este título parece una película de Almodóvar, pero no va por ahí el camino. Hoy, 17 de enero, día de san Antón, mi padre, José Latorre Salmerón, cumpliría cien años. Tal día como hoy, del año 1915, llegó al hogar del sargento Latorre Gómez el tercer retoño, mi padre. No sé si su nacimiento sería un poco decepcionante, pues era el tercer varón y creo que, al menos mi abuela y otras mujeres de la familia, hubiesen deseado una niña; pero se alegraron enormemente pues era sanote y con él cumplieron con un montón de familiares: su padre José, la tía Pepa (hermana de mi abuela) y el tío de ambas que las crió, al faltar su padre.
Querido papá:
Pepe Latorre Salmerón y su abuela materna, Carmen.
De tu infancia y juventud, aunque sé poco, algo vislumbro por algunas fotos y varias anécdotas; pero imagino que tu casa sería bastante “jaleosa” con tanto crío (ocho, en total). Sé que debiste ser un niño avispado, pues contabas que tu padre te llevó, con pocos años, solo una vez al colegio en Madrid, diciéndote dónde debías coger los tranvías y como tú, al poco tiempo, ya ahorrabas dinerillo haciendo ciertos trayectos a pie; y, a la vez, te aprendías los distintos dichos que recitaban los vendedores que jalonaban ese camino; o cuando el “machacante” de tu padre os llevaba al cine y tiraba el capote para coger sitio a todos. El local se llamaba “El Luminoso” y allí, mientras el público esperaba que empezara la película, decía:
—¿Cuál es el cine más asquerosooo?
—El Luminooosooo.
—¿Por quééé?
—Porque lo parió un osooo…
Boda de Paquita y Pepe.
A veces, también te oía decir esos pregones que aprendiste, como el del vendedor de gatos, el de los churreros y alguno más que ahora no recuerdo. En el 36, con 21 años, te sorprendió la guerra. Ya habían muerto tus padres y, durante la contienda o poco después, fallecieron tus hermanos Antonio y María; de esta época hablabas poco y yo, intuyendo que te hacía daño recordar, tampoco te preguntaba. En cambio, sí contabas cosas de Pedrezuela (Madrid) y, sobre todo, de La Cortijada de Bélmez de la Moraleda (Jaén), en donde, por vuestro carácter sencillo, caísteis estupendamente, tanto mamá como tú; cosa que pude apreciar al ir, con vosotros y con mi marido, al cabo de un montón de años y ser testigo de cómo una de las mujeres, al verte aparecer, se te abrazó con un cariño y alegría que no podían ser fingidos.
Fuiste un maestro excepcional, de los de antes, con carácter fuerte y exigente; pero, al mismo tiempo, alegre y chistoso. Cuando venían los inspectores de escuela, siempre pasaban por tu clase, pues tanto el director como el rector sabían que allí tenían garantizado el triunfo.
Tus clases particulares, en la entrañable cochera, también fueron de clamoroso éxito. Cuando no había instituto en Úbeda, hasta llevaste algún autobús de alumnos para Baeza, con resultados óptimos.
Paquita y Pepe en la plaza Vázquez de Molina de Úbeda.
Sé que cuando tus alumnos de Ingreso se examinaban, había profesores que les decían: «¿A que te ha preparado don José Latorre?». Y siempre acertaban; se notaba esa impronta que les dabas. El año en el que yo me presenté a Ingreso, hubo diez propuestas de matrícula de honor y nueve éramos alumnos tuyos.
A los 65 años, se te presentó la oportunidad de la jubilación voluntaria (la normal era a los 70; ¡qué pocos llegaban…!). «¿Qué hago?», me preguntaste. Me extrañó, pues nunca, hasta ahora, me habías pedido opinión. Yo te dije: «Está clarísimo: jubílate; ya estamos los tres hijos casados y con nuestro medio de vida resuelto…». Y no lo pensaste.
José Latorre Salmerón.
Así, jubilado, viviste otros trece años, en los que sucedieron cosas desagradables, como tu depresión, las neumonías, los infartos…; y otras agradables, como superar esas enfermedades, el nacimiento de mis hijas que tan cerca estuvieron de ti y de mamá. ¿Recuerdas cuando Margarita te ponía muestras y tú, con una paciencia infinita, las hacías? ¿Y, cómo le decía ella a mamá que tenía un niño muy listo?
Y un trece de febrero, recién cumplidos los 78, te fuiste. Desde entonces, han pasado muchas cosas. No diré que te las has perdido, pues creo que de alguna manera has estado presente, sobre todo con los triunfos y premios de todos tus nietos; especialmente, para mí, los de mis hijas, pues sé que hubieras sabido apreciar, en su justo valor, el esfuerzo realizado por ellas.
Hoy, cumples cien años, acompañado por mamá. No sé si donde estéis se celebrarán estos eventos con tarta y velas. Yo te escribo estas palabras. Sé que alguien te las entregará… ¡Te deseo muchas felicidades…!
Tu hija pequeña, que ya no lo es tanto, Margarita.
Úbeda, 17 de enero de 2015.