Por José del Moral de la Vega.
Vivimos rodeados de cosas realmente bellísimas y emocionantes que, al ser absolutamente gratuitas, no valoramos. La sonrisa de un niño es un ejemplo. Aprender a disfrutar con ellas puede ser un regalo de Reyes, pero de verdad.
Nuestros sentidos son muy limitados para captar la realidad de absolutamente todo lo que nos rodea, y lo que conocemos es un continuo ejercicio de fe: creemos en la gravedad porque comprobamos sus efectos, pero no la podemos ver; lo mismo sucede con la electricidad, los átomos, etc. Oímos una canción ‑la sentimos‑ y nos emociona; pero ¿cuál es la naturaleza de su energía, y de dónde viene? Aceptar uno u otro origen es un ejercicio de fe.
Es innegable que ahora somos más rápidos, nuestra vida es más larga y vivimos mejor, pero es incuestionable que somos menos eficaces con la energía que utilizamos; arrastramos llenos de dolencias la vida que tenemos de más y hemos cambiado las enfermedades infecciosas por otras psicopáticas y más dolorosas aún. Confundimos el bienestar con el “bienser”, y la consecuencia es que, en lugar de felicidad, tenemos tristeza o, en el mejor de los casos, aburrimiento ‑realmente, hemos perdido la esperanza‑.
Pero hay veces, como cuando contemplamos la sonrisa de un niño que, sin saber por qué, de lo más hondo, súbitamente, aparece la emoción y, con ella, la esperanza.
https://www.youtube.com/watch?v=0OOhd6R2EiY
La sonrisa de los niños que acompañan a Josh Groban en su canción “You Raise Me Up” es, realmente, emocionante.
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