Hombres que dejaron huella en la Safa (2)

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Dentro de la Compañía de Jesús existen, al menos, dos prototipos que se han ido repitiendo desde su fundación por Ignacio de Loyola hasta nuestros días. El del misionero, cuyo ejemplo más notorio sería Francisco Javier, y el del intelectual, tan unido a la condición de jesuita que sería difícil destacar uno solo (Teilhard de Chardin, sería, quizás, el más significativo). En ninguna otra orden religiosa hay tal abundancia de misioneros e intelectuales. De tal manera es así que la Compañía de Jesús ha jugado un papel estelar en el desarrollo e influencia de la Iglesia católica en todo el mundo a lo largo de la Historia. Los intentos de Juan Pablo II por enmudecer a la Orden, sustituyendo su influencia por la del Opus Dei, han sido injustos, sectarios y, finalmente, baldíos. La elección, por primera vez, de un jesuita ‑el cardenal argentino Bergoglio‑ como Sumo Pontífice de la Iglesia, ha hecho justicia a la única orden (si no estoy equivocado) que tiene como cuarto voto la obediencia al Papa de Roma. Méritos suficientes no les han faltado a los jesuitas para ocupar el lugar más alto en esta monarquía electiva y absolutista, que es la Iglesia católica.

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