Por Fernando Sánchez Resa.
Durante la mañana del 2 de mayo estuvimos encerrados en la iglesia, ayudando a los albañiles a colocar los inodoros. Por la tarde, salimos a la plazoleta, formados, con nuestros instrumentos de trabajo: picos, palas, rastrillos y legones. Entonces, tomamos el camino del campo, entre medias de dos hileras de guardias y, a la salida de Fuerte del Rey, encontramos trincheras en estado ruinoso, cavadas el año anterior. Una vez parados, nos explican que hemos de limpiarlas y arreglarlas; y nos ponemos manos a la obra. Llevábamos poco más de dos horas, cuando empieza a llover suavemente, mientras seguimos trabajando y mojándonos, hasta que la lluvia arrecia y los guardias protestan al capataz porque llueve demasiado; por lo que volvemos a casa, herramientas al hombro, llegando completamente empapados y, lo peor, sin tener ropa para cambiarnos ni fuego que nos alivie; por lo que pasamos una pésima noche…