Ya desde pequeño, en la escuela -y también en casa-, nos decían que teníamos cinco sentidos tangibles (vista, oído, olfato, gusto y tacto), con sus correspondientes órganos corporales, aunados y controlados por nuestro cerebro (y así lo hemos enseñado a nuestros queridos y añorados alumnos durante tantos años en las aulas andaluzas); y que hay -o debe haber- otro (el “sentido común”) que los engloba y rige, cual director de orquesta, para que el individuo pueda actuar con cordura y razón, sin irse por los “Cerros de Úbeda” en sus manifestaciones o acciones verbales, mentales o comportamentales.