Ya desde pequeño, en la escuela -y también en casa-, nos decían que teníamos cinco sentidos tangibles (vista, oído, olfato, gusto y tacto), con sus correspondientes órganos corporales, aunados y controlados por nuestro cerebro (y así lo hemos enseñado a nuestros queridos y añorados alumnos durante tantos años en las aulas andaluzas); y que hay -o debe haber- otro (el “sentido común”) que los engloba y rige, cual director de orquesta, para que el individuo pueda actuar con cordura y razón, sin irse por los “Cerros de Úbeda” en sus manifestaciones o acciones verbales, mentales o comportamentales.
Pero, mira por dónde, conforme se va creciendo en cuerpo e inteligencia, uno va observando que si los primeros cinco sentidos los tiene todo ser humano que haya tenido la suerte de nacer completo y sin falta (como dicen en mi pueblo), el sexto, en cuestión, es más difícil de observar y comprobar, tanto individual como socialmente; incluso siendo más complicado si se produce a nivel social, corporativo o gregario de cualquier tipo, llegando, por momentos, a dudar de su existencia real. Se pregunta uno si es posible que eso del “sentido común” sea una creación de los filósofos griegos o de unos desocupados del sistema que inventan términos o conceptos que no se ven reflejados en nuestra palpable y dura realidad cotidiana.
Si a todo esto le añadimos que la sociedad o el individuo se suelen encontrar en determinadas encrucijadas o vicisitudes de la vida con su necesaria puesta en práctica, destacando la que estamos viviendo actualmente con la dichosa pandemia que nos atenaza por todos lados, por lo que la aparición del “sentido común” es mucho más difícil de observar, puesto que priman otras concepciones y decisiones de ciertos expertos y sabedores a ultranza de la “verdad”, científica o del tipo que sea. También es complicado verlo cuando el individuo, grupo o sociedad se encuentran enconsertados por una ideología o creencia determinada ya que no permite que, por encima de ellas, reine la razón y el sentido común, dos conceptos altamente explosivos para el gregarismo y las banderías más exacerbados.
Si a eso le añadimos que tuvieses la mala suerte de que fueses jefe de algo o alguien y no oposición de nada, el sentido común tendrá complicada su manifestación; aunque milagrosamente lo hará en cuanto seas oposición o practiques el deporte más nacional que existe: la crítica al que manda en ese momento, pudiendo producirse el milagro momentáneo, fugaz y casual de que -siendo jefe o mandatario de algo o alguien- por arte de la vida o del azar pasases a ser oposición y recuperases el sentido común de un plumazo perdido cuando te obnubilabas con mandar; pero, tenlo muy en cuenta: si vuelves a ostentar el cargo de mando es muy posible que se te esfume el “sentido común” alcanzado hasta ese momento, cual humo de hoguera montañera. Puede que haya alguna excepción a lo que estoy mencionando: toda regla tiene su excepción…
En fin, perdónenme ustedes estas elucubraciones mañaneras y a vuela pluma, un día más -y ya van demasiados- de mi confinamiento personal obligado (con bulos, medias verdades y mentiras descaradas a porrillo), en el que observo cómo las mascotas tienen más derechos reconocidos que el resto de la población, incluidos los niños, aunque ahora les prometan salidas controladas con sus padres; pero parece que -en estos momentos- mi introspección personal y el análisis de la sociología y política más someros de lo que nos rodea me hayan hecho llegar a estas conclusiones con cierto grado de lucidez (al menos, eso espero), ayudado por mi “sentido común”, que deseo tenerlo en mayor o menos grado, como cualquier hijo de vecino que no manda nada; pero teniendo en cuenta lo que se ha dicho siempre: que precisamente es “el menos común” de todos los sentidos mencionados.
Sevilla, 22 de abril de 2020.
Fernando Sánchez Resa