“La salida de la luna”

 

Comenzamos aquel jueves (3 de diciembre de 2015) con la sabrosa perspectiva de poder visionar cinco películas en ese mes, cinco (como en los carteles taurinos), pues no es normal que haya tantas semanas en ningún mes del año.
Aquel día estábamos los de siempre, pues había otras convocatorias en el mismo Hospital de Santiago de Úbeda (Jaén): la celebración anticipada del “Día de la Constitución”, por el ayuntamiento ubetense, con el nombramiento de Hijo predilecto de la ciudad a Arsenio Moreno Mendoza, que captaba más atención y asistencia que nuestra actividad cinematográfica; y la exposición del VIII Concurso Pintura Libre La Rural, en la planta primera. Es de lo que puede y debe presumir siempre nuestra gran ciudad.

 

Andrés nuevamente nos regaló su presencia y palabra, a pesar de lo atareado que está siempre, presentándonos un nuevo ciclo: “EL CINE QUE DEBERÍAS VER EN DICIEMBRE”, en el que John Ford iba a ser el director de lujo que inaugurase esa variopinta muestra de filmes, más alegres y sentimentales que los de los ciclos anteriores y con menos tristezas, robos y asesinatos. Las fechas familiares y entrañables que se nos avecinaban merecían esa oportunidad que los dirigentes del Cineclub “El Ambigú” (Andrés y Juan o viceversa) supieron aprovechar.


Nos contó que íbamos a comenzar con la película “La salida de la luna” (“The Rising of the Moon”, 1957), versionada en castellano, porque estaba bien hecha y audible (a mí, no me hubiese importado visionarla en versión original). No obstante, de fondo, escucharíamos algunas canciones en inglés, como la que da título a esta peli; pero Andrés rehusó desvelarnos las tres historias que se cuentan; en definitiva, no quiso ejercer de espoiler (revelador del argumento), para que pudiésemos saborearlas en su salsa y novedad. Yo no voy a ser así de condescendiente, amable lector. Lo siento.
Joh Ford muestra -en esta cinta- su eterno enamoramiento hacia la dulce Irlanda (“La verde Erín”), versionando tres pequeñas historias independientes que -sumadas- llegan a los 81 minutos de metraje. Todas ellas, en blanco y negro, quizás para resaltar más y mejor ese ambiente bucólico irlandés que tan bien nos quiere mostrar este gran cineasta, cuando se encontraba en pleno apogeo creador. Es un sincero homenaje a la Irlanda de sus padres, la que tuvieron que abandonar, mostrando el honor, la parsimonia y el patriotismo de sus habitantes con una mirada de aprecio y simpatía de gran maestro; y recordándonos a sus westerns (“El delator” o “El hombre tranquilo”). Tyrone Power, actor irlandés muy conocido, sería el hilo conductor de las tres historias, resaltando (Andrés) que, aunque solo haya cuatro millones viviendo en este pequeño territorio, se encuentran otros diez millones de irlandeses repartidos por todo el mundo.


Las tres son historias basadas en relatos de escritores irlandeses y que Jonh Ford las sabe llevar magistralmente al cine, rezumando todo el encanto, la bonhomía y el inconfundible estilo nostálgico del genial tuerto. La primera se basa en un relato de Frank O’Connor titulado “La majestuosidad de la ley” o “La inflexibilidad de la ley” («The Majesty of the Law»), en donde muestra a un comisario de policía que lleva personalmente la orden de arresto a un campesino -conocido suyo- que prefiere ir a la cárcel antes que pagar una multa por haber dado una paliza a un vendedor de whisky de mala calidad; haciendo lo que pide la ley para cumplirla, de una manera natural y sin sobresaltos, remarcando el tema del orgullo y las viejas costumbres.


La segunda es una adaptación de la obra teatral “Un minuto, por favor” («A Minute’s Wait»), de Martin J. McHugh, que cuenta la historia de un tren que llega a una estación en la que debe parar solamente un minuto para que descansen los pasajeros, convirtiéndose aquello en un cachondeo por el que desfilan una serie de escogidos personajes del pueblo llano que viajan en él; pero que hacen pasar al espectador un rato muy agradable y jocoso, metiéndole en la memoria el propio título del corto: “Un minuto, por favor”, que tiene tanta recámara y hondura en todo aquel irlandés que pronuncie esa frase, pues resume el lento ritmo de la vida irlandesa condensándolo en el retraso de un tren.
La tercera historia da nombre a la película “La salida de la Luna”, según un relato de Lady Gregroy: «The Rising of the Moon», contando la historia de un patriota irlandés que va a ser ejecutado. Es la más larga y enjundiosa, en la que se describen las peripecias de un afamado héroe irlandés, buscado y encarcelado por las fuerzas inglesas, que sabe lo que debe hacer, apoyado por la gente de la resistencia. Suena, al final del film, la canción que da título a esta película, en su tonada musical y en inglés, rememorando una vieja canción.
Las historias son muy graciosas y simpáticas, entreveradas de un genuino sentimiento irlandés ya que muestran, especialmente en la primera, unas conmovedoras imágenes del auténtico paisaje marítimo y rocoso de esta pequeña nación europea que tanto empuje e historia ha tenido a lo largo de los siglos. Es una añoranza hecha imágenes, con unos actores y unos diálogos graciosos. En el último episodio, Jonh Ford, retrata la espiritualidad irlandesa mientras la gente va rezando por la calle para salvar a su héroe nacional. Hay muchos dejes y flashes que nos muestran esta bella tierra con un verde vergel, aunque con el blanco y negro sea difícil apreciarlo. Los escenarios naturales de los que nos habla Tyrone Power, dan un toque de majestuosidad a la obra, sobre todo en la última historia, que los utiliza como si de un decorado de teatro se tratase.
Bueno es saberlo: Ford trabajó gratis en una cinta de bajo presupuesto, sin actores conocidos (excepto Tyrone Power, que también rehusó salario), siendo este filme un fracaso taquillero. Fue prohibida en Irlanda del Norte por su carácter revolucionario contra los ingleses e –incluso- por los de la República de Irlanda.


En definitiva, esta película crea un magnífico cuadro de costumbres irlandés, adobado de un gran amor por sus personajes y entreverado de un estupendo sentido del humor. Resaltando, a su vez, las cualidades patrióticas de este pueblo: lealtad, tradicionalismo, superstición, orgullo, testarudez, honorabilidad, camaradería…
El aplauso final fue efusivo y espontáneo porque todos habíamos quedado satisfechos de las tres historias mostradas por un titán de la escena, dejándonos su tarjeta de visita con marchamo original y divertido.
La exposición del VIII Concurso Pintura Libre La Rural, que hacía breves momentos había sido inaugurada por las autoridades, sirvió de postrera visita para algunos cinéfilos, aprovechando que la proyección cinematográfica había terminado antes de lo previsto, mientras sus originarios asistentes eran invitados en uno de los laterales de la primera planta del Hospital de Santiago, el que pega a la sala de exposiciones Pintor Elbo, al que ninguno de nosotros (lógicamente) nos apuntamos.
Nos esperaba, en casa, nuestra amorosa cena…
Úbeda y Sevilla, 8 de abril de 2020
Fernando Sánchez Resa

Deja una respuesta