Por Fernando Sánchez Resa.
Es normal que, en el devenir de la vida laboral, vayamos transitando por distintos y variados estados de fortaleza y ánimo que, a mi entender, forman la famosa campana de Gaus, en la que se comienza con mucho ímpetu e ilusión hasta que se llega al umbral más alto, en el que confluyen las fuerzas físicas y mentales propias, para que se pueda alcanzar la plenitud laboral, consiguiendo muchas de las metas y objetivos propuestos, hasta que poco a poco van declinando el dinamismo y fulgor de las fuerzas físicas y mentales, pudiendo llegar a su nivel más bajo, que justamente suele coincidir con la jubilación.
Cuando se va acercando este estado soñado -en el que lo laboral pasará a muy segundo plano-, vas notando cómo suelen irte fallando las energías interiores y exteriores y aumentando las ansias de llegar al estado nirvana de jubilado, del que tanto se habla hoy en día, y al que casi todo el mundo aspira, más pronto que tarde, aunque siempre haya sus honrosas excepciones, como toda regla ortográfica o del tipo que sea.
Y una vez alcanzado este empíreo, lejos de la tierra de los justos y empedernidos trabajadores, llega el momento de la borrachera mental en el que, el ya jubilado, se crece creyendo que por fin ha alcanzado la felicidad total y la libertad más absoluta; lo cual puede resultarle radicalmente falso y engañoso, conforme vaya avanzando en edad y sabiduría de vida, ya que se dará de bruces con la pura y cruda realidad.
Lo que ocurre cuando un individuo se jubila es que tiene la creencia de que va a disponer de todo el tiempo del mundo, porque ya no tendrá que ir a trabajar más; pero más pronto que tarde comprende -o le hacen entrar en razón-, a pesar de haber sido advertido reiteradamente por compañeros, amigos y familiares que ya hollaron ese camino, que esa idea es totalmente falsa e ilusoria, puesto que le saldrán múltiples servicios que realizar -sí o sí, como suelen decir nuestros políticos actuales- por parte de los familiares o amigos más próximos y cercanos que, como lo quieren tanto, no desean que caiga en la molicie ni en el vicio del ocio exagerado; o, peor aún, puede que coja una depresión de caballo, porque se siente inútil e innecesario ante su familia, la propia sociedad e incluso ante él mismo, pues se siente un parásito social o familiar que solo sabe esperar a cobrar a fin de mes, sin haber hecho nada para merecérselo. ¡Craso error!
Y, por eso, le incitarán, todos a una, para que haga realidad -por fin- sus sueños aplazados: estar permanentemente de viaje, sea por España o el extranjero, cual si fuese un turista o viajero empedernido y vocacional; aprender un segundo o tercer idioma, que será el inglés seguramente (porque es el esperanto real de nuestra sociedad actual) y hasta el chino o el árabe; ir al gimnasio para hacer determinados ejercicios acordes con su edad y que no se le acumulen los michelines por cualquier parte de su cuerpo que va perdiendo facultades físicas a marchas forzadas; o, ¿por qué no?, practicar pilates o cualquier otra nueva-vieja técnica de meditación -oriental, zen o de mixtura occidentaloide-, para que su mente sepa enhebrar con su cuerpo los momentos felices, con los que lo sean menos, y tricote un jersey de uso cotidiano; etc.
Yo, desde aquí, hago una seria advertencia o consejo -que como siempre servirá para no hacer caso de ella, como es natural- al que vaya a entrar en este ansiado estado: que, como el jubilado, no se ande listo, si no quiere encontrarse, al cabo de más o menos tiempo, más enredado y asfixiado de actividades, tareas o entretentas que su propio nieto, que ya estará apuntado a muchas actividades, pues parece que le tememos al sosiego y a la templanza, en todos los campos de la vida, como si no fuese lo mejor que se ha inventado siglos ha…
No tengo más remedio que dejar escrita una última reflexión respecto del jubilado joven o mediano -que no muy mayor-, pues éste ya habrá quemado varias etapas de su pabilo y fuerza vital, y es posible que no tenga ganas ni fuerzas para seguir viviendo unos pocos años más con calidad de vida manifiesta. Haz lo que quieras con mesura, pero que no te líen -ni la a sociedad, ni la gente que te rodea- haciéndote un ser automático y programado, como cuando te encontrabas en plena vorágine laboral, pues por entonces tenías una energía cinética, centrífuga y centrípeta, muchísimo mayor de la que se dispone a esa edad en la que las fuerzas van mermando vertiginosamente, por años, meses e incluso semanas: y más si el Estado, como parece que quiere ahora concienciarnos, se ha propuesto alargar la etapa laboral del trabajador y posponer -lo más tarde posible- el hecho de jubilarse, consiguiendo que aquél tenga que pagar menos pensiones cada vez, porque seguramente lleguen menos personas a esta etapa dorada en la que todo parece del color de rosa, aunque sepamos que pueda llegar a constituirse en una etapa más o menos negra o gris, poco deseable por momentos, en ese tiempo regalado…
Úbeda, 12 de julio de 2019.