Nuestra última escapada, y 2

Por Fernando Sánchez Resa.

Al día siguiente, madrugaríamos y desayunaríamos pronto para estar a primera hora, a las diez de la mañana, en las puertas del Museo del Prado, al que vimos en obras en su exterior, entrando por Goya, por delante de la cola que ya se iba formando para los visitantes que no habían sido previsores y querían comprar la entrada en ese momento. Nosotros pasamos por delante con presteza como cuando, en la vuelta ciclista a España, entran los velocistas al sprint en la meta.

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Nuestra última escapada, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Andábamos últimamente faltos de salidas de nuestra nueva tierra sevillana -como don Quijote de su tierra manchega- y deseosos, al fin, de vivir aventuras de todo calibre que pusiesen salpichirri a nuestra existencia y nos alegraran -aún más- esta plácida y algo agitada vida de jubilados que llevamos, con “ansias inflamadas” -como diría nuestro santico de Fontiveros- de subir al cielo de La Mancha, para comprobar -en propia carne- lo que tanto nos repetían nuestros abuelos y padres, cuando eran ancianos: «Como en casa de uno no se está en ningún sitio, pues es el mejor lugar para vivir, ya que todo lo tienes a la mano, más barato y bien pronto: pitanza y bebida; descanso y sosiego; gente que te quiere sin que haya dinero de por medio para ganarte su amor; cama y servicios que no hay quien los iguale, etc.».

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