¡Qué bonico es el campo!

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Para que mis alumnillos entendiesen mejor lo que era un paisaje y sus diferencias e importancia de la acción del hombre les hacía esta propuesta:

“Imagínate que vienes de un planeta lejano y aterrizas en medio del campo. Te bajas de la nave y miras a tu alrededor… ¿Cómo sabrías si este planeta está habitado por seres inteligentes o lo estuvo?”.

La intención era que discriminasen los elementos naturales del paisaje de los artificiales y colocados ahí por el hombre, lo que determinaría la existencia de vida inteligente. Y se podrían llegar a otras conclusiones también.

Viene a cuento por lo que ha dado en denominarse “la España vaciada”, que no vacía. Pues acertadamente ese vacío se ha producido por la acción continuada de eliminar su contenido.

Y podría ser este artículo como parte de las reflexiones que he emitido en los dos y últimos trabajos publicados acá. La tercera pata del banco.

Es cierto que el abandono de la España rural no se ha producido por arte de birlibirloque o magia súbita y radical: ahora me ves, ahora no me ves; nada de eso; el proceso fue largo, lento al inicio y decenios constantes de trasvases campo-ciudad que aceleraron diversas causas y contingencias. Parte de la causa ya la insinué anteriormente: la cuestión del trabajo rural, su mecanización, eficiencia y rentabilidad.

Hay, sin embargo -según mi criterio-, algunos factores que hoy en día aceleran al máximo ese vaciamiento y esa sensación de abandono del mundo rural, que es ya de una realidad espeluznante.

Primero, el escrito ahí arriba; la dureza del trabajo rural, agrícola y ganadero, la dedicación prácticamente diaria y a todas horas, la necesidad de inversiones cada vez más costosas y que no todos están dispuestos a aportar, los problemas de comercialización de los productos siempre a precios bajos en origen, pero que pasmosamente se multiplican según sigan la cadena de distribución, almacenamiento y venta final al consumidor, revalorización que el productor en origen apenas si logra alcanzar (y cierto también que la inercia del productor, al menos en mi tierra, es la de conseguir que le paguen por la cosecha prontamente y al precio que otros determinen). El campo no es atractivo para los jóvenes, y los viejos se van muriendo.

Segundo, también reseñado ya, el problema demográfico. La savia joven desaparece y tal cual se marchita el árbol sin remisión. No hay recambio generacional. Todo, pues, queda sin futuro.

Tercero, el abandono al que condenan tanto la administración como las empresas privadas al mundo rural. Las administraciones, porque no mantienen ni conservan infraestructuras básicas, no ya el que ni tienen intención de construir otras nuevas y mejores para que las gentes no se sientan abandonadas, se encuentren con facilidad de acceso a otras zonas y otros servicios que les sean necesarios y participen de las ventajas que disfrutan los del medio urbano, tanto en servicios como en ocio y desarrollo personal. Se les condena a ser españoles de tercera o cuarta, quitándoles hasta lo más básico: el acceso a la sanidad de calidad, a la enseñanza, a la comunicación, a la administración fácil y fluida y a la gestión de sus problemas con claridad y celeridad.

Las empresas privadas, por su parte, olvidan ya que tienen parte del deber de servicio público, porque atienden solo y únicamente al criterio de beneficio. Y se eliminan sucursales bancarias, por ejemplo, porque a la vez se eliminaron servicios (como las casas cuartel o las escuelas) de titularidad y obligatoriedad pública. Como a su vez faltan vías de comunicación adecuadas y facilidad de accesos, faltan (o se retiran) las empresas que podían mantener un precario tejido industrial. Y caen también las explotaciones del sector primario, las de materias primas, al no haber demanda. Quedan así los núcleos de población cada vez más en precario, adormecidos o adormeciéndose, sin capacidad de despertar. Sin porvenir que pueda ser una alternativa al campo o a la ganadería, que se van acabando.

Se quedan sin lo que hacía que un pueblo pareciese un pueblo, no solo por una colección de casas más o menos típicas o viejas y arruinadas de belenes antiguos; sus gentes en el mercado, en la plaza, esperando cola en el panadero, los niños corriendo hacia la escuela, el bar o taberna con algunos impenitentes del dominó, la boina y el palillo entre los dientes, sus verbenas y procesiones de santos patrones horribles, pero mecidos en andas… Se mueren y se vacían, cómo no. ¡Si ya no se ve ni a la Guardia Civil caminera!

Cuarto y paradójico, el interés urbanita por la naturaleza. Sí, estos tontainas urbanitas, descubridores de lo bonito que es el campo, lo ideal, la paz que les presta a sus estresadas vidas… Proliferan así las llamadas casas rurales (bueno, al menos un medio de explotar lo poco que hay, pero donde llegan y se quejan de que canten las gallinas al amanecer, que les molestan), donde se acogen quienes desean pasar unos días en plena naturaleza (o eso se creen); mundo rural de postal al que se visita circunstancialmente, se contempla como se miran las cosas raras e inéditas, se evalúa como excitante y hasta deseable, pero luego se marchan estas tribus poco hechas al sufrimiento natural, porque es que además no entra en sus planes el abandonar su mundo cómodo y concreto con todas sus ventajas (y pocos inconvenientes): ventajas que el campo perdió o va perdiendo, como decimos. Así que esta exaltación de lo natural (incluyendo lo bio- y demás) es para el urbanitas deseable siempre y cuando existan sujetos, gentes, que se apresten a vivir allí (soportando las desventajas antedichas). Vamos, lo rural como parque temático.

Esta concepción del campo como algo anecdótico y residual, mera circunstancia de paso, turismo, degradan todavía más a esa España vaciada que nadie piensa volver a llenar, pues no la tienen seriamente en cuenta.

Y así estamos, en continua paradoja de lo que es y de lo que se desea que fuese, pero que no nos atrevemos a modificar.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta