Mentiras históricas comúnmente aceptadas (VI)

Los italianos no deben los spaguettis al veneciano Marco Polo, pues no fue él quien introdujo la pasta en Europa. Fueron los árabes, durante la invasión de Sicilia en el año 669 (seiscientos antes del nacimiento del famoso viajero). El historiador musulmán Al-Idri relató que los árabes instalados en la isla comían los itriyah, unos fideos secos, cociéndolos y añadiéndoles alguna salsa o pescado.

Robin Hood no era un bandido generoso, ni robaba a los ricos para dárselo a los pobres. En realidad era un noble llamado Roger Godberg, que se sublevó contra el rey Enrique III (y no contra Juan “Sin Tierra”) para no pagar impuestos. Luego un escritor romántico lo convirtió en un mito, y Hollywood le puso pantis verdes y una pluma en el sombrero.

Ni en el Corán ni en ningún libro islámico aparece la frase: “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña”. Este proverbio forma parte de una parábola inventada por el filósofo británico Francis Bacon, en el siglo XVI.

La Torre de Pisa: la causa de su inclinación está en la falta de basamentos. La torre tiene 55 metros de altura, pero sus cimientos sólo tienen 3 de profundidad. Inmediatamente después de que se empezara a construir (1173), el suelo empezó a ceder. Cuando se terminó, dos siglos después, las plantas superiores se habían construido de manera distinta a los primeros planos (no son paralelas), con el fin de hacer contrapeso a la incipiente inclinación. Y el campanario se añadió cuatro siglos después.

El caballo blanco de Santiago, al final, ¡no era tan blanco! En la capilla de la catedral de Santa María de Burgos, está representada la imagen del santo a lomos de un ejemplar de piel castaño claro, con manchas negras.

Las tres carabelas de Colón solo fueron dos: la Pinta y la Niña. Porque la tercera nave que participó en el descubrimiento de América era una nao, otro tipo de barco de mayor tamaño. Se llamaba María Galante, pero Colón la rebautizó Santa María.

Uno de los errores más importantes que cometió Cristóbal Colón fue el de calcular mal la distancia entre Europa y Asia. El problema que tuvo Colón para que aceptaran su proyecto no fue que los sabios no creyeran que la tierra era una esfera (hecho aceptado por casi todos, salvo por la Iglesia). Lo que ellos defendían era que la circunferencia de la Tierra era más grande de lo que decía el genovés. Ya en el siglo III a C., Eratóstenes de Cirene, a través de sombras, pasos, sencillas observaciones y mucho ingenio, fijó su diámetro en 39.750 km, frente a los 40.007 km que hoy sabemos que mide (increíble: un error relativo de cálculo de un 0,6 %). En el siglo X, el califa Al Mamún encargó al astrónomo Al Farghani (citado por el propio Colón como Alfargano), que calculase las dimensiones de la Tierra.

Tras su estudio, Alfargano estableció la circunferencia de la Tierra en 30.398 millas árabes, esto es, 40.255 kilómetros…, un valor aún más exacto que el de Eratóstenes. En el mundo cristiano, los sabios diferían entre los 32.000 km del Atlas Catalán (año 1375), y los 38.000 km de fray Mauro (1459). Colón creía que la separación entre Europa y Asia era de 135 grados; la cifra correcta es 229 grados.

¿Por qué mintió? Porque la evidencia de la enorme extensión de agua que separaba Asia de España sin tierras de por medio, convertía en un imposible el viaje a Oriente por Occidente. La falta de aprovisionamiento en la ruta, y una más que segura pérdida de rumbo, acabaría irremediablemente con la tripulación. Para ello, aceptó como válido el llamado mapa de Toscanelli, que prácticamente elimina el Índico y mezcla el Pacífico con el Atlántico, colocando Cipango (Japón) en el actual México.

Lo del huevo en la universidad de Salamanca, mejor lo dejamos…

Hernán Cortés nunca quemó sus naves. Según el relato de Bernal Díaz del Castillo, el cronista que acompañó a la expedición durante la conquista de México, lo que hizo fue embarrancarlas y barrenarlas, abriéndoles vías de agua. El motivo: hacer evidente su determinación de seguir adelante en territorio mexicano. Además, Cortés dejó una intacta, para que fuera a Cuba a solicitar el envío de más víveres y tropas.

Felipe III no trasladó la corte de Madrid a Valladolid entre 1601 y 1606 por problemas políticos, ni para reducir el poder de la nobleza cortesana, ni por estrategia militar, como se ha dicho. La realidad es que fue una decisión impulsada por su valido, el Duque de Lerma.

¿Y por qué lo hizo tan poderoso caballero? Por una razón monetaria: había comprado a bajo precio los terrenos de la llamada Huerta del Rey, donde construyó un impresionante palacio (hoy sede de Capitanía General), que regaló al monarca. Con el resto de la corte, que se vio forzada a seguirlo, no fue tan generoso. Le vendió las parcelas para construir sus residencias, como un Gil y Gil cualquiera, a diez veces su valor.

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