Por Mariano Valcárcel González.
Asisto estos días a un espectáculo curioso, por no decir ciertamente injusto y deprimente.
Empezaré a decir que no es nada raro, dada la estulticia que se ha implantado en amplias capas de nuestra ciudadanía y la falta de capacidad de análisis y ponderación de circunstancias y hechos diversos. Y la burricie gregaria como nota identitaria.