Por Fernando Sánchez Resa.
Conforme se van cumpliendo años, especialmente en la larga etapa final de la vida –que, por bonita que nos la quieran pintar, siempre suele ser complicada y deprimente-, los dolores (tanto físicos como psíquicos) se nos van haciendo compañeros de viaje, imprescindibles en el discurrir cotidiano, acampando en nuestro propio cuerpo e intelecto con demasiada asiduidad manifiesta, hasta el fin de nuestros días.