Brexit

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

El Brexit, ¡qué invento!

Recordaban británicos nostálgicos aquellos años de casacas rojas y ejércitos coloniales, de cipayos en marcha por polvorientas mesetas y de cargas gloriosamente absurdas frente a los cañones de los rusos. De armadas dominantes en los siete mares y de intrépidos piratas atacando galeones hispanos llenos de plata y oro. La Gran Albión de cabellera rubia enseñoreando el mundo.

Olvidaban, parece ser en oportuna desmemoria, los cientos de miles de soldados británicos caídos en tierras de Europa, más específicamente y especialmente en las de Francia (país europeo al que ayudaban para que esa Europa no cayese en manos de la potencia alemana). Ahí estaban implicados los intereses británicos, qué duda cabe; pero la sangre derramada regó las tierras continentales.

De Gaulle no se fiaba de los ingleses. A pesar de ello, nadie se opuso cuando indicaron y consiguieron incorporarse al Mercado Común Europeo, más tarde Unión Europea. Pero los nostálgicos del Imperio amaban sus peculiaridades y se oponían a la uniformidad continental (así detestaban el euro, las normas rígidas y comunes en materias como la sanidad, el libre paso de gentes, los estándares de fabricación o comerciales, etc.). Los nostálgicos querían pertenecer a una isla bien identificada y determinada. Britania para los británicos. Y su Unión Jack. ¡Ah, y su Gibraltar!

Tan decididos estaban en revertir la situación, que su líder -para quitárselos de encima- cometió la equivocación de convocar un referéndum al respecto. Y se desató la tormenta. Primero porque, ante la posibilidad de ganarlo, no se pararon en mientes ni en exquisiteces y, si hubo que mentir, se mintió con cinismo y descaro a sabiendas de que lo que se mentía era, sin embargo, lo que mejor se tragaba le gente. No es que se descubría la tierra prometida, sino que se iba a  regresar a la vieja tierra donde manaba la leche y la miel, de donde habían sido expulsados. Y todo quedaría saldado y bien sujeto y ya no se padecería la opresión de Bruselas. Eso sí, tras la vuelta del Imperio, se volvería a generar la riqueza por la vuelta a las viejas normas del comercio liberal. No cabría restricción alguna para los productos que se exportasen o que se importasen y la City seguiría siendo la que marcase las finanzas europeas e internacionales. Pura jauja.

Claro, no contaron con que esos de Bruselas se enfadarían un poco. Tampoco que no consentirían, así como así, un divorcio en el que una parte, la divorciada, quedase con lo mejor de la separación y sin sufrir sus consecuencias. El acuerdo no solo no ha sido inmediato, sino que va para largo, quedando al descubierto lo que tanto ocultaron los que querían salir. Eso de irse de rositas se ha demostrado inviable.

Esto debiera servir para entender que nunca estos procesos separatistas son simples ni salen gratis, especialmente para una de las partes (que siempre será la que más lo sufra). Esto debiera servir para entender que, por mucho que los que propugnan separaciones ideales las prometan como sencillas, indoloras e inocuas, eso nunca será así posible, por la misma complejidad de las cosas planteadas.

Fijémonos en el Brexit y fijémonos en “el procés” catalán. Y veamos nuestra cara en el espejo del otro.

Se repiten las mismas y otras atroces mentiras, bulos manifiestos, y las gentes se las tragan, porque son las que quieren oír, a pesar de la burda manipulación de verdades y de realidades incuestionables en apariencia. Tangibles. Se dicen y oyen, se imprimen y difunden tales bazofias que, nada más tenerlas al alcance, nos deberían hacer vomitar. Pero no, se las tragan y se envenenan lentamente.

Salir de España no les costará nada de nada a los catalanes. Así de limpio y claro todo. Y no les costará nada, porque el resto del territorio se lo va también a tragar todo; porque ellos, los catalanes y sus productos, nos son indispensables. Eso es lo que piensan; que nos tienen amarrados y bien por nuestras partes íntimas.

Las fronteras (al estilo generado en la isla de Irlanda) no se levantarán para hacer difícil y controlable tanto el tránsito de mercancías como de personas entre “su” república y nuestro reino. Todo deberá seguir igual, como si nada hubiese pasado, tal que ni las comunicaciones por aire o tierra (y mar) tendrán mermas ni cuellos de botella burocráticos por los controles necesarios de pasaportes y mercancías. Porque España (o sea, el resto) sería así la más perjudicada; en realidad lo saben: el diseño de comunicaciones terrestres hacia Europa pasa forzosamente y erróneamente por el territorio catalán (abandonadas otras rutas interiores) y además vertebra el llamado “pasillo del Mediterráneo” que integra a los “países catalanes”, área de expansión e influencia de Cataluña.

Las relaciones comerciales y financieras no pueden, según piensan, sufrir tampoco sustanciales alteraciones. Muchos de los productos fabricados o intermediados que consume el resto peninsular proceden de Cataluña y, por tanto, son indispensables para la subsistencia de los mismos. Y también bastantes materias primas, y su explotación, se envían a las industrias catalanas desde otras zonas españolas. Si se mira bien lo anterior, se demuestra la existencia de una relación cuasi colonial entre las áreas productoras de materias primas o semielaboradas y la metrópoli industrializada del desarrollo catalán. Y esto debe, pues, ser argumento de peso para que no se vean demasiado alteradas las relaciones económicas entre los unos y ellos. Que algunas empresas de cierta categoría hayan realizado amagos de deslocalizarse de aquél territorio, quedarían -según afirman- en meras anécdotas sin consecuencias reales. No hablemos ya de la cuestión monetaria… ¿Es que alguien duda de que el euro seguiría siendo la moneda normal de transacción y cambio?

Ítem más; que sus profesionales (científicos, empresarios, docentes, financieros…) podrían seguir desplazándose por el extenso territorio ibérico sin traba alguna, dada su proverbial cualificación y demostrado dinamismo; y, desde luego, su aporte tan necesario para el desarrollo del resto. Es que serían demandados sus servicios, ante las carencias de los demás. Y, sin embargo, allí no llegarían quienes no fuesen requeridos (o no demostrasen la adaptación necesaria, sobre todo en el idioma). Quedaría levantada una barrera real, aunque en apariencia inexistente, entre los suyos y los demás, que evitaría contaminaciones idiomáticas y culturales indeseadas. Y hasta raciales.

El divorcio catalán-español sería de efectos blandos, apenas perceptibles. Eso prometen ellos. Su realidad se impondría por los hechos y por su misma consistencia. Disfrutarían de “su” república (para envidia de los demás), que sería modelo en el mundo. Y, desde luego, admitida por los demás países como potencia reconocible. E irreconocida; que, en cuanto volase por su cuenta la tierra catalana, los cambios serían inmediatos y enormes, desprendidos ya de la rémora del resto, que siempre los lastró (no en vano se sigue insistiendo en lo de “España nos roba”). Pura fantasía y cuento del cambio de Cenicienta.

En fin, vamos al Brexit, que está resultando tan instructivo, en la emulación de un Catalexit que ya habrá asimilado e interiorizado tales enseñanzas.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta