Murillo y el barrio de Santa Cruz, 1

Por Fernando Sánchez Resa.

Son las 21 horas y hace una noche estupenda para pasear y acudir a la cita que tengo hoy (“Sevilla te cuenta su historia”), ante el Hospital de los Venerables, para empaparme de la relación amistosa y fraternal que tuvo Bartolomé Esteban Murillo con el barrio de Santa Cruz y sus aledaños, entreverada con variadas historias y leyendas afines. Va a ser el mismo cuadro teatral de anteriores visitas el que me sorprenderá, en esta ruta teatralizada titulada “Murillo y el barrio de Santa Cruz”, que se avecina interesante y movidita.

Antes de esa hora, la plaza del mismo nombre va llenándose con personas ajenas a nuestra cita (además de las que están sentadas tranquilamente en los bares o restaurantes; o deambulan por ella), que hasta hacen confundir a algún que otro de los nuestros, estando a punto de irse con otro grupo distinto. Al final, nos juntamos un nutrido ramillete de gente, a pesar de que al pasar lista (el guía) notemos que falta bastante personal apuntado. Eso es lo que suele pasar cuando las actividades o actos son gratuitos: es más fácil no acudir o abandonar. Los humanos no tenemos remedio en ese aspecto ni en otros muchos; por eso, las cosas que se paga uno de su bolsillo son más de “necesario cumplimiento” e ineludibles.

Y ya, puestos en marcha, vamos a ir haciendo una decena de estaciones turísticas, en este barrio hollywoodense (y cercanías), construido ex profeso para la exposición internacional de 1929, con el fin de que acudiesen grandes fortunas de Estados Unidos, Hispanoamérica, etc., a invertir sus caudales en esta ciudad universal que andaba renca de patrocinios y pujanza económica, ocasionando que su barrio originario, que estaba deprimido y habitado por gente marginal, fuese derribado y construido ex profeso por Juan Talavera Heredia, con ideas de José Laguillo y el propio arquitecto, para mostrarle una cara bonita a toda persona que lo visitase, al calor de la Expo de 1929.

Y mientras estamos en la plaza del Hospital de los Venerables, donde Dani (nuestro guía) va contando historias de Sevilla, destacando las distintas oleadas de peste que tuvo, aunque la principal y más virulenta fuese en 1649, en la que -de 120.000 habitantes- solo quedaron la mitad. También nos resume la vida y obras de Bartolomé Esteban Murillo, que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, siendo el menor de 14 hermanos, hijos del barbero Juan Esteban y de María Pérez de Murillo, adoptando el segundo apellido de su madre y quedando huérfano de ambos progenitores a los nueve años. Siendo un pintor barroco, formado en el naturalismo tardío, evolucionó con formas propias anticipando el rococó. Sus creaciones iconográficas, como la Inmaculada Concepción o el Buen Pastor en figura infantil, son notables y señeras. Fue personalidad central de la escuela sevillana y tuvo mucha influencia en gran cantidad de discípulos, dejando su estela pictórica hasta el siglo XVIII, siendo el pintor mejor conocido y más valorado fuera de España. Cultivó la pintura de género de forma continuada e independiente y el grueso de su producción es de carácter religioso con destino a los conventos sevillanos, hasta que los franceses la robaron (menos los frescos, claro) y expandieron su producción y fama por Francia y otras naciones. También nos recuerda que Murillo sería invitado por su paisano Velázquez a que se fuese a Madrid para colocarse en la corte, pero su incondicional amor a Sevilla se lo impidió. Es preciso saber que, aunque Velázquez tenga mucha producción artística en Madrid, nació en Sevilla y sevillano es, pese a quien pese.

La segunda estación la hacemos en la penúltima casa, en la que vivió Murillo (pues su última la tuvo en la antigua plaza de Santa Cruz, junto a la iglesia del mismo nombre, antes de que los franceses la dinamitaran, y donde se cree que está sepultado). Insiste Dani en que a Murillo le gustaba caerse de la cama y tener el tajo cerca para estar pintando o enseñando todo el día.

Ahora llegamos a la plaza de la Santa Cruz, donde se encuentra, paradojas de la vida, el consulado francés, cuyos antepasados paisanos destruyeron su iglesia del mismo nombre, y cuya cruz central es de la calle Sierpes, lo que sirve al actor-guía para explicar las dos leyendas de la calle Sierpes y los diferentes ríos que hoy en día caminan soterrados por el subsuelo sevillano: arroyo de la calle Sierpes, Tagarete, Tamarguillo…

Después volvemos por nuestros pasos, de nuevo, ante la portada del Hospital de los Venerables, hoy desacralizado su templo y que sirve para exposiciones temporales o permanentes; y en donde presenciamos una teatralización de una de las muchas leyendas que circulan sobre Miguel de Mañara (promotor del Hospital de la Caridad y gran amigo de Murillo, a quien invita a pintar allí), al soñar que secuestra, con fines lascivos, a una mujer que rapta en la catedral y resulta que, cuando va a quitarle la ropa, es un esqueleto, lamentándose amargamente por ello; a raíz de su crápula vida juvenil y adulta, hasta que sus circunstancias personales y familiares le hacen cambiar y pedir perdón, sacrificándose por el pobre.

Seguimos ruta callejera hasta llegar a la famosa plaza de Doña Elvira, con su fuente central, cuya hermosa taza alberga -fresca y cristalina- agua cantarina, que va cayendo mientras tararea, en políglotas lenguas, las historias que tantas veces ha escuchado y presenciado a lo largo de los años, a la vez que nuestro guía sigue hilando su discurso.

Hasta que marchamos nuevamente hacia la espalda de la catedral para asistir a otra teatralización sobre Murillo, en la que nuestro personaje de la noche quiere pintar a una dama de la alta sociedad, muy graciosa y pinturera -por cierto-, que pone el punto simpático y risueño a la noche, pero necesitando del concurso de un par de espectadores para que sujeten el marco del cuadro en que se ha de enmarcar que, aunque lo hacen al principio asustados, luego actúan amablemente y disfrutando.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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