Por Fernando Sánchez Resa.
El sereno. Este oficio nocturno también ha desaparecido en Úbeda. Las nuevas generaciones no han conocido a ese genuino trabajador que hacía su jornada laboral siempre de noche, velando y vigilando las calles, los barrios y los pueblos para que los vecinos durmieran tranquilos y confiados. ¡Cuánta falta haría ahora para que cacos y maleantes no camparan por sus fueros!
Antiguamente, en nuestro pueblo, había cuatro parroquias o barrios. En cada una de ellas, un vigilante velaba nuestros sueños. Cuando los negocios estaban ubicados en el centro de Úbeda: la Plaza, el Real, los Portalillos…, los comerciantes tenían un sereno particular que vigilaba sus comercios. La indumentaria era muy sencilla: una gorra de plato, preferentemente de hule; un blusón; y la pica, sin olvidar el silbato o pito. Ese instrumento lo llevaban siempre oculto y sólo se usaba en ciertos momentos y situaciones. Había un decir referente al pito. Cuando no se hacía caso de alguna advertencia, recomendación o se disimulaba haciéndose el sordo, se decía: “¡Haces menos caso que al pito de un sereno…!”.
El sereno del centro o de los comerciantes tenía muchas llaves de los comercios y de las casas particulares. Bastantes comerciantes y vecinos, al volver de noche de sus quehaceres u ocios, daban una palmada o una voz:
—¡Sereno!
Y enseguida se escuchaba:
—¡Voy!
Presto lo saludaba y le abría la puerta.
En la posguerra, hubo un tiempo en el que, siendo alcalde de Úbeda don Alfonso Rojas, obligó a que los serenos cantasen las horas, pues no había televisión ni existía el Mariano Medina de turno, ya que no se podían hacer previsiones meteorológicas científicas. En los enclaves, esquinas y lugares estratégicos cantaban, cada hora varias veces, diciendo:
—Ave María Purísima. La una han dado y sereno; o “nublado o lloviendo”, —según fuera el tiempo en ese momento—.
Los últimos serenos que se hicieron más populares y conocidos fueron: Luisillo, el del petróleo, y Marcos, el Chato, que antes fue municipal y tenía la nariz que parecía partida, de ahí su sobrenombre o apodo.
Cuando finalizaba el año, ellos eran muy galantes. Repartían unas tarjetas a la vecindad, felicitándoles en las Pascuas y deseándoles un Feliz y Próspero año venidero. En el reverso de la tarjeta, siempre insertaban algunos versos un tanto macarrónicos, acorde con la felicitación:
“Jamás les puede faltar…
El atento vigilante
les viene a felicitar
como siempre, tan galante.
Por estar siempre alerta
nada grave ocurrirá.
Él vigila vuestra puerta
con mucha tranquilidad.
Si encuentra una cosa rara,
está siempre prevenido
y dispuesto a dar la cara
por defender al vecino.
Por cumplir en el servicio
le tiene, en cualquier instante,
dispuesto hasta el sacrificio
a su humilde vigilante.
¡Que pase Felices Pascuas
en estas fechas brillantes
con toda clase de bienes
en el Año Nuevo entrante!”.
El Vigilante