Aracena, y 2

Por Fernando Sánchez Resa.

Hicimos tiempo paseando, no obstante, para estar a las cuatro y media en la puerta de la Gruta de las Maravillas y así completar los 27 compañeros de viaje que habíamos elegido esta opción. Una vez pertrechados de los audífonos para poder oír las parcas y acertadas explicaciones de la guía que nos tocó en suerte, comenzamos la visita pateando la caverna más extensa de la península (que está a 14 metros de los cimientos de la iglesia y castillo que la coronan en su exterior), con un recorrido de 1200 metros. Son de formación calcárea, revestida de estalactitas y estalagmitas.

Pude comprobar su especial belleza y su temperatura de 17 grados, padeciendo ‑por momentos‑ su bochornoso ambiente al ir caminando y sudando, a pesar de ir haciendo varias paradas. Hubo alguna sala o túnel que hubimos de bajar bien la cabeza para no lastimárnosla. Fuimos subiendo y bajando múltiples escaleras (la más alta, de 91 peldaños) con tal de ir viendo sus doce salones que tienen sugestivos nombres: “Las Conchas”, “La Sala Erótica o de los Desnudos”, “Salas de los Garbanzos”, “Cristalería de Dios”, “Lago de la Esmeralda”, “La Catedral”…, además de disfrutar de la vista de sus seis lagos de agua cristalina, tectónicos o erosivos, constituyendo el conjunto una belleza inigualable.

A su término, nos esperaba la mansa lluvia y el trenecito turístico que estaba aparcado en la plaza del lavadero. Montamos raudos y tuvimos la suerte de hacer un circuito pausado, al abrigo de la lluvia, por todo lo más selecto de Aracena, incluyendo la subida a la iglesia del Castillo, que visitamos y conocimos gracias a las amables y doctas palabras del conductor del trenecito, quien nos aclaró que por 14 metros no se descubrió la gruta cuando hicieron los cimientos de esta iglesia; y que el castillo es un símbolo mágico y mítico de la ciudad, del que circulan varias leyendas, pero que se encuentra derruido por dentro, pues sirvió para construir las casas de muchos vecinos; y cómo los ingleses, siendo tan listos…, habían explotado las minas de Riotinto, pero no se habían dado cuenta (aunque sabían de su existencia) de la mina oculta que había bajo esta montaña, que bien sabe aprovechar el ayuntamiento para tener sus cuentas saneadas.

Según nos dijeron, la procesión de la noche del Jueves Santo es digna de ver, saliendo de este templo con tres pasos, en olor de multitud y devoción. Paseando por el pueblo, tuve ocasión de hablar con una vecina de 93 años que me aseguró que todos los años sube para verla en esa marcada fecha.

Nada más volver a nuestro punto de partida, marchamos, paraguas en mano, en busca del servicio y el autobús para que nos anticipara nuestro cálido hogar. Hubo momentos en el tren que las doctas y, a veces, poéticas explicaciones del guía eran apagadas y empañadas por la algarabía de algunas compañeras que preferían charlar de lo suyo en lugar de escuchar la cultura y la historia de este municipio famoso. Al final del viajecito, al poner el conductor la cinta musical de la famosa canción del tren que todos conocíamos, se produjo la explosión festiva de las mismas a las que me he referido anteriormente.

Podría contar muchas más anécdotas del viaje, pero me centraré en tres. Primera: las múltiples visitas a los wáteres del pabellón, donde se formaron, como es lógico, colas impresionantes en las que ganaban por goleada las féminas, pero que fueron subsanadas por las empleadas que allí estaban, limpiando en todo momento los servicios, y reconduciendo a los hombres a su servicio, pero solo a los de pie o micción, para aprovechar los dos sanitarios masculinos de suelo para las mujeres. Lo más gracioso era su voz de mando que se oía nada más entrar a este recinto: «Los hombres a la pared». ¡Buena sargenta para la sociedad feminista del futuro que ya estamos pisando en nuestra amada España!

Segunda: cómo la lluvia concentró a todo el personal de la feria bajo las carpas, pues la gente andaba diseminada, antes de que esto se produjera, por distintos lugares del recinto, campando por sus fueros. Era digno de ver la auténtica concentración que el jamón y la lluvia, al alimón, habían provocado.

Tercera: estando comiendo mi esposa y yo, nos encontramos que bajaban por la calle varios antiguos convecinos de nuestra ciudad de nacimiento (Úbeda, Jaén), Paco Tito, su esposa y cuñados, por lo que nos saludamos efusivamente, provocándonos mucha alegría al encontrarnos en esta tierra tan hospitalaria.

La Rotonda de la Barqueta nos volvió a acoger (a las 20 h) con las buenas resonancias que traíamos. Nos encontrábamos satisfechos y muy agradecidos al Distrito Casco Antiguo y, especialmente, a Violeta Lobo que nos había dedicado todo su tiempo libre de este sábado y su sabiduría, simplemente por amor a su profesión, sin tener compensación económica por ello; aunque andábamos cansados del trajín efectuado en esta especial jornada, teniendo conocimiento de que en Sevilla había descargado la lluvia durante todo el día y que ahora nos recibía, igualmente, con los cielos abiertos; seguramente que llorando nuestra ausencia…

Sevilla, 20 de octubre de 2018.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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