Por Fernando Sánchez Resa.
Hace tiempo que enviudé y desde entonces es cuando más he sentido esta triste y sonora soledad, aunque he tratado de paliarla de diferentes maneras. Soy de la generación de las que pensábamos (y así actué en consecuencia con mis progenitores) que teníamos la obligación y el deber de cuidar a nuestros padres en su vejez por todo lo que habían hecho por nosotros, dándonos la vida, cuidándonos y educándonos; y de las que creía que cuando llegase a esa etapa final de mi vida serían mis hijos los que harían lo propio y esperado (mejor hijas, aunque suene a machismo actualmente, pues la realidad supera la ficción, por aquello que dice el sabio y experimentado proverbio: “Madre e hija caben en una botija; suegra y nuera no caben en una era”). Pero me equivoqué…
Con el tráfago y la modernidad de nuestros días y debido al trabajo fuera de casa de ambos componentes de la pareja, las mujeres (y por tanto las hijas), que son las más propensas a hacerse cargo de los padres cuando llegan a la senectud, se ha producido un cambio radical en nuestra sociedad occidental, puesto que ha variado tanto la crianza de los hijos como el cuidado de los ancianos que casi tenían asegurada una vejez digna en casa de una de sus hijas casadas; o aún mejor, en la propia casa, si se había tenido la suerte de tener una hija soltera que nunca abandonase el claustro de la casa madre. Y eso que yo siempre les ayudé a todos mis hijos al cuidado y crianza de mis queridos nietos.
Se murió mi marido hace ya bastantes años y no quise volverme a casar (o a rejuntar, como mal llama la juventud y adultez actual); no por perder la paga de viuda, sino porque soy de las que piensa que con un marido había habido suficiente y no quería sobreponer esa llama de amor vivida metiendo en mi casa a un segundo varón con los arrastres o achaques de todo tipo y problemas que conllevaría; y más si encima hubiese estado casado y tuviese hijos y nietos, o fuese un “mocico viejo” (no sé qué sería peor).
Tenía salud, ganas de vivir e independencia económica suficiente (con la acertada cordura ahorrativa, por supuesto) para planear mi futura vida en soledad y sin molestar demasiado a mis hijos, asumiendo mi viudez como un estado más en la vida del que tenía que sacar el mayor provecho posible, sin ser gravosa a mis familiares más cercanos.
Así lo vine haciendo durante mucho tiempo, pues Dios me premió con salud física y mental a raudales. Disfruté de mi libertad total haciendo bastantes viajes con las nuevas amigas que me eché (en su mayoría viudas también) y bajando al hogar del jubilado de mi ciudad donde me sentía como en casa. Formé parte de diversos grupos de aficionados: teatro, baile, costura…, que me hicieron pasar jornadas memorables, en donde volvió a florecer la amistad sincera en esta “tercera edad”, como le llamaban eufemísticamente hasta hace poco. Cuántos viajes tendría que recordar, pues aproveché ese bienestar vital para conocer muchos rincones de España que en anteriores etapas de mi vida no pude visitar, ya que el trabajo de mi marido, la educación de los hijos y la escasa economía familiar, al entrar solamente el sueldo de mi esposo, no me lo permitieron hacer en su momento.
Gracias al Imserso (y con poco dinero) he recorrido casi toda España. Incluso me he montado varias veces en avión, con el susto que siempre me había dado, hasta que le tomé el gusto. También me he embarcado para ir a Baleares, varias veces, o a Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, sintiéndome marinera por unos días.
Hasta que llegó el más duro momento que nunca quería vivir: tener que meterme en una residencia de ancianos para finalizar mi última etapa vital de la que les iré contando mis vivencias y cuitas, mis sentimientos y emociones, mis nuevas amistades, mi filosofía de la vida… Pero eso lo iré haciendo poco a poco, entreverando (como la vida misma) tantos recuerdos que atesoro (muchos bonitos, y otros no tanto) de las diferentes etapas de mi vida, en este internado de ancianos al que antiguamente llamaban asilo y ahora residencia de mayores (todo sea por edulcorar el concepto), al que nunca quise pertenecer…
Úbeda 14 de octubre de 2018.