Por Mariano Valcárcel González.
Como escribía Gedeón, que era un garrulo de tomo y lomo, no se fiaba de quien se decía su Dios.
Se había sentado Yahveh en la famosa encina, que por esas tierras y las nuestras el sol abrasa a conciencia, y conminó al destructor a escucharlo, guardando ciertamente el respeto debido, o sea, manteniéndose de pie ante su presencia. El futuro jefe de la lucha de pronto salió por peteneras ante las órdenes recibidas.