Lo que escondían sus ojos

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Hace varias semanas que terminó la serie “Lo que escondían sus ojos”, basada en la novela homónima de Nieves Herrero, periodista de la cadena COPE y de 13 TV, que narra la historia, escandalosa para la época, de los amores adúlteros entre Ramón Serrano Súñer, el todopoderoso ministro, además de cuñado de Franco, y la marquesa de Llanzol, fruto de los cuales nació una niña, Carmen Díez de Rivera, que, a su vez, se enamoró de un hijo de Serrano y, por tanto, hermano de padre, con quien estuvo a punto de casarse. Esta niña sería considerada más tarde, tras la llegada de la democracia, como “la musa de la transición”.

Desgraciadamente, en España seguimos sin aprender de la historia. La comparación de esta serie, pretendidamente histórica, con las series británicas del mismo género, empequeñece aún más lo que se filma en nuestro país.

Cualquiera que viera esta serie con el ánimo de conocer la historia del final de la guerra civil y de la inmediata posguerra, habrá salido frustrado e indignado. Veamos algunos aspectos.

Por diversas razones, los actores elegidos para representar a los dos principales personajes no se ajustan a la realidad, que es lo que se pide en películas históricas. Rubén Cortada dista mucho del físico de Serrano Súñer, que era de mediana estatura. Las fotografías o fotogramas de los que se dispone, con Franco y Serrano juntos, nos muestran dos personas de similar estatura. El cartagenero (pues Serrano nació casualmente en Cartagena) algo más alto que el 1,63 del general, mientras que el actor cubano, de tez demasiado oscura en comparación con el ministro, se eleva hasta un 1,90. Demasiado desfase, que se hace notar en exceso cuando se encuentra o enfrenta con Javier Gutiérrez (espléndido, por cierto, en su interpretación del dictador). Y, en otro sentido, ocultar o suavizar la ideología claramente fascista del personaje me parece faltar a la verdad histórica, dejándose llevar de las memorias falsas y exculpatorias de un personaje siniestro.

Por su parte, la actriz Blanca Suárez, bellísima y emotiva, no refleja, en absoluto, la frialdad y suficiencia de la marquesa de Llanzol. No hay que echarle la culpa a la magnífica y hermosa actriz, sino a los guionistas y al director de la serie, que no se han ajustado al personaje real de la historia.

La ambientación de la “aristocracia”, es un decir, franquista o veladamente monárquica, nos saca de quicio, no porque las fiestas y saraos que se prodigan no se correspondan con la realidad, sino porque no están “contextualizados”, lo que provoca la irritación de cualquiera que se precie de conocer mínimamente la historia de España en esos momentos. Nunca aparecen las miserias, el hambre, el exilio, los fusilamientos, las cárceles, la represión, la tortura, la expoliación o la depuración, que eran moneda corriente en los aciagos años que intenta describir la serie, pretendidamente histórica, repito.

Dice la autora del libro en que se basa la serie que está contenta porque lo que se pretendía era retratar esa élite política y social. Pero…, ¿a quién interesa esa visión? Lo que interesa, o debería interesar, en mi opinión, al español medio es comprobar, a través de la pequeña pantalla, el contraste inmoral y provocador de una clase social corrupta, implicada en el asentamiento de una dictadura cruel, frente a un pueblo que sufre toda clase de carencias e ignominias. Pero ese pueblo humillado, pisoteado y esquilmado hasta el infinito no aparece por ninguna parte; solo aparecen palacios, intrigas políticas y frivolidades de una clase “superior”, que pisotea continuamente la dignidad de una población que sufre y aguanta la tiranía y la opresión sin derecho a rechistar.

El resultado final, pues, no puede ser otro que la indignación hacia un producto televisivo que mistifica deliberadamente la historia, siguiendo el camino del revisionismo franquista y ahondando aún más en la ignorancia de la verdadera historia de España.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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