Por Mariano Valcárcel González.
Estimada señorita:
Desearía que al recibo de esta carta se encuentre usted en perfecta salud; yo bien, a Dios gracias.
El motivo de esta carta estriba en el asombro que me causa el trato que usted dispensa a los clientes que pasan por su caja. Le confieso que me choca bastante, ya que ‑por lo general‑ sus compañeras y compañeros demuestran unas maneras ‑al menos‑ educadas y corteses, cuando no francamente agradables y deferentes, para con esa larga fila de clientes que van desfilando a lo largo de sus cintas transportadoras.