La despedida, y 02

Por Jesús Ferrer Criado.

Ya hace unos minutos que el guardagujas ha dispuesto la vía para que el tren entre por la principal, la que está pegada al andén. Todos estamos mirando a ver si se oye algo o si se ve el humo de la máquina.

Además de nosotros, los niños, van a subir al tren dos hombres más que, al parecer, van juntos. Parece que van a Granada y no llevan equipaje, sólo una cartera negra. También corbata y sombrero. No son del pueblo y no los conozco. Alguien sugiere, en voz baja, que son de la policía secreta.

Se acerca el momento y la tensión aumenta. Todos los hombres presentes fuman nerviosamente, mientras echan un último vistazo a las maletas y demás para que nada se quede en tierra.

Ahora sale el jefe de estación y, al instante, se oye silbar al tren. Está llegando.

La treintena de personas que pueblan el andén dirigen su mirada hacia la izquierda, por donde se acerca, frenando ya, una locomotora negra, bufando y echando humo. El maquinista se asoma brevemente por el lado de la máquina y, con un chirrido característico, el tren se detiene. Exactamente, frente a nosotros, se ha colocado un vagón de tercera. De una ventanilla sale una voz jovial; es Pepe Fernández, el líder del grupo:

—Vamos, subid ya.

El vagón no va muy lleno hoy y podemos subir las maletas con cierta facilidad. La mía la sube mi padre. El pasillo es realmente estrecho. En la puerta del compartimento, está Pepe esperando. Es un compartimento cerrado, con dos asientos corridos, enfrentados. Son de madera, parecidos a los bancos de un parque. Dentro está el grupo de “argonautas” que han subido en Almería. Mi padre los saluda y, después de colocar la maleta en la repisa portaequipajes de arriba, donde yo no llego, se despide:

—Aquí os lo dejo. A ver cómo os portáis. Dame un beso, hijo.

Cuando mi padre se va, me asomo por la ventanilla. Tengo el corazón en un puño. En el andén, frente a mí, mi madre se seca las lágrimas infructuosamente, porque siguen brotándole sin remedio. Mis hermanos me miran con risas y toda la gente sonríe, como si formáramos parte de la misma familia.

Hay un múltiple y postrero cruce de saludos, recomendaciones y bromas. Otros viajeros del tren se asoman curiosos por sus ventanillas, sorprendidos por la animación que hay hoy en la estación de Huércal.

Cuando terminan de descargar del furgón unos sacos de no se qué, el jefe da la salida con el silbato y hace la señal con el banderín, mirando a la derecha, hacia la máquina.

Pesadamente, el tren arranca a andar. Una bandada de manos se queda revoloteando en el andén y, mientras, el tren, resoplando con fuerza, va cogiendo velocidad camino del futuro.

jmferc43@gmail.com

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