Por Jesús Ferrer Criado.
Todos los días, desde las frías llanuras del Marquesado, bajaban varios trenes de mineral que alternaban el uso de la línea con los trenes de pasajeros. Los trenes de mineral eran muy largos y pesados, por lo que solían llevar dos locomotoras, una delante y otra detrás.
Aunque, posteriormente, las cosas mejoraron, recuerdo perfectamente los viejos vagones metálicos, del mismo color sucio, llenos del fatídico mineral y en cuyo extremo, en alto, sobresalía una pequeña garita abierta donde viajaba un empleado con la única misión de girar la rueda del freno antes de cada parada y aflojarla a la salida. El frío, la soledad y el desvalimiento del pobre hombre es difícil de imaginar. Los he visto bajar en invierno, ateridos, como supervivientes del holocausto, cubiertos con pesadas pellizas para calentarse las manos unos minutos en la estufa de la estación.