¡Cómo pasa el tiempo, querido nieto! Parece que fue ayer cuando viniste al mundo, todo desvalido y dependiente, y ya nos sonríes alegremente, nos conoces, comes solo y sigues mamando néctar de tu madre con suma facilidad. Tienes tus graciosas y retorneadas manos que no saben más que pedir y señalar, acompañadas de un onomatopéyico ¡ah, ah, ah…!, que te hace conseguir todo lo que te propones.