Vilanos, 01

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

Los vilanos son esas semillas tan ligeras que llegan por el aire volando en libertad, se paran un instante y vuelven a elevarse sin destino, llevadas por el viento. Los niños, en el campo, corren tras ellos y juegan a cogerlos como si fueran mariposas. Cuando lo consiguen, cierran los ojos y piden un deseo. Después, abren las manos y los devuelven al aire, soplando levemente con la ilusión de que se cumplan sus antojos.

TEMA

Drama de un muchacho que nunca fue joven. Llegó a Barcelona en los últimos años del franquismo, con su vieja maleta de madera, los bolsillos vacíos y la mente repleta de sueños y de fe. En el colegio, le hablaron de un mundo de luz y color que no existía.

QUÉ PRETENDE EL PROTAGONISTA

Abrirse camino como puede: en unos estudios de televisión, barriendo una imprenta, estudiando en la Universidad, como monitor de esquí, dando clases en una academia. Está dispuesto a todo. Necesita triunfar a cualquier precio. Con el tiempo, menguan sus ilusiones, cambia su ideología y duda de los principios en que lo educaron.

INTERÉS

Vilanos es una crítica a la estrechez intelectual de los colegios religiosos de la época, una reflexión sobre aquella moral egoísta e hipócrita, un juicio a la crueldad del fuerte y a la resignada destrucción de los humildes. Vilanos es también un apunte de los ambientes selectos, los tugurios adonde se movía la juventud, los primeros amores y el recuerdo nostálgico de las pasiones que no les permitieron liberar.

NARRADOR

La historia nos la cuenta el protagonista, en un tono medio: sencillo y confidencial, con gran complicidad emotiva. En pasado y en primera persona.

TÍTULO

Alberto le dice a Olga que se escape con él, que ellos son como esas semillas tan ligeras que llegan por el aire volando en libertad. Se llaman vilanos.

TRAMA

1.- Lo tenía todo: el billete del tren, la dirección de la pensión y dos mil pesetas guardadas en los calzoncillos. En Barcelona me esperaba mi amigo el Colilla.

Nadie me cree cuando digo que Federico Gallo me recibió en los Estudios Miramar. Leyó la tarjeta de recomendación, llamó a su secretaria, rellené una ficha y me acompañó a la puerta. Pero aún espero que me llamen para la prueba.

Empecé a trabajar en una empresa de cartonajes en Consejo de Ciento. Barría el local, preparaba los pedidos y salía con el chófer a hacer el reparto. Yo tenía alguna experiencia en trabajillos así. Me adapté pronto a Barcelona, gracias al Colilla. No sé qué hubiera hecho sin su ayuda. Recordábamos juntos los años de internado, especialmente el último. A él lo expulsaron por tontear ‑eso decían los curas‑ con Loli Guzmán, la hija del secretario de Ayuntamiento. Tuvo mala suerte: el padre Moles le pilló una carta subida de tono y, delante de todos, le dio una paliza. No pude soportar aquello. Me lancé contra el cura, se apartó y fui a dar contra el filo de una mesa. Cinco puntos de sutura y amenaza de expulsión. Me salvé escribiendo dos cartas: una al terrible Moles y otra al rector. Luego cambié los sobres ‑como por descuido‑ y, desde entonces, viví de maravilla.

2.- A primeros de septiembre, pedí permiso para salir dos horas antes. Rellené una solicitud haciendo constar mi situación y, a los pocos días, recibí una carta diciendo que me habían concedido una beca de estudios para estudiar en la Universidad. No era gran cosa, pero esa noche lo celebré con el Colilla. Tomamos unas cervezas y unas anchoas caseras con el mismo deleite que unas ostras de Arcade con champán de La Viuda.Trabajaba de siete de la mañana a tres de la tarde y luego iba a la Universidad hasta las diez. Un sueño.

En octubre empezaron las clases. Al principio me lo tomé con mucha seriedad. Yo siempre empiezo las cosas con ilusión y las acabo como puedo. Algunos profesores nos permitían llevar libros al examen y las monjas acarreaban maletas enteras; pero, a pesar de sus libros y sus rezos, muy pocas aprobaban.

Los domingos oía misa en la iglesia de San Medir, un prestigioso centro cultural y revolucionario, cercano a la pensión. Al salir de misa, me dieron una octavilla para una conferencia, “Toma de conciencia para jóvenes”, a cargo de Joan Tous. Sentí curiosidad y asistí. La Roser se movía como pez en el agua en aquellos ambientes: organizaba las conferencias, compraba libros prohibidos y hacía cosas que hubieran podido dar con sus huesos en la cárcel. Llamaban la atención sus esculturales tetas. Decía el padre Moles que a las chicas debíamos mirarlas a los ojos. Si les mirabas las tetas tenías que confesarte.El padre Moles era inspector y profesor de latín.Nos sermoneaba sobre la pureza, el sacrificio y la voluntad. Pero, cuando salíamos al pueblo, íbamos al estanco a comprar cigarrillos mentolados y a contemplar de cerca las tetas de la estanquera, viuda de falangista como la mayoría de las estanqueras de la época. Un compañero que iba para cantante y acabó siendo catedrático de Psicología, dice que la afición me viene porque no tomé el pecho de pequeño. Él lo llama “trauma pueril emocional”. Viene a ser como un bache en el alma, como esos agujeros que se abren en el tejado: se pone a llover y, al momento, está cayendo la gotera. Es algo parecido: yo veo unas tetas y me quedo extasiado. Como con el fuego de la chimenea: por mucho que lo mire no me canso. Podría pasarme años contemplando unas tetas sin respirar.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta