Por Mariano Valcárcel González.
Ya me estoy cansando. Ya va cargándose uno de tanta tontería y tanto dislate.
Estos supuestamente “nuevos” llegados a la política se están ilegitimando por sí mismos; que su inicio y auge eran su legitimación, las protestas fundadas y necesarias contra un estado de cosas que clamaban al cielo, cierto; pero que su consecuencia haya sido la que es ahora, no es presentable. Pongo un ejemplo, por aclarar: Ada Colau se legitimó cuando llevó al Congreso las protestas de la PAH y ahí la ningunearon indecentemente; eso la elevó hasta donde está; ahora, permitiendo la gansada de una supuesta “poeta” que no dice más que necedades con propósito de insultar, degrada su propia gestión política.
Empecemos por la más que fundada duda de la procedencia y conveniencia del tejido financiero y propagandístico a la que se acogieron esos profesores de ciencias políticas, núcleo UCM (muy versados, se ve, en el área del marxismo‑leninismo). ¿Recibir desarrollo logístico del régimen de los ayatolás es muy de izquierdas? Luego no me vengan, pues, con reivindicaciones y defensas tanto de la mujer como del laicismo, que precisamente no son muestras que exhibir en Irán. Asesorar al teniente coronel venezolano en según y qué capítulos (insisto en que se deberían conocer) para que suelte dinero fresco. ¿Pero seguir olvidando que el desarrollo de su mandato derivaría en una dictadura personal o en el colapso de ese país, como se está viendo…?
De tiempos pasados, pero se ve muy actual, fue el recurso de la intelectualidad de izquierdas, doctrina asentada, el justificar todos los desmanes y contradicciones que surgían dentro de su seno o dentro de sus regímenes ya imperantes. Ciegos ante las evidencias que se sabían o ahora se saben, todo ello no tenía mayor importancia (si no ninguna, pues era mera propaganda imperialista). Eso hacían creer a sus seguidores. Y la ceguera continúa. Y se siguen considerando “amigos” regímenes opacos o claramente dictatoriales, solo porque proceden de las antiguas filas ideológicas, aunque se traduzcan en esperpénticas dinastías reinantes. Peor aún; se atreven a decir que acá, en España, hay “prisioneros políticos”, pero callan a propósito sobre los presos políticos de sus regímenes de referencia. Cinismo puro.
Vemos así que, para estos políticos surgidos del laboratorio universitario, la aplicación de la máxima vieja de “el fin justifica los medios” ha sido su guía inicial de acción, y vemos y constatamos que para eso no hace falta ni catalogarse de “nuevos” en política ni de ajenos a la caduca “casta”, pues tan vieja y de casta es la que están ya practicando. Nada que cualquier avisado y un poco perspicaz no advierta de inmediato. No pueden disimular, aunque lo intenten con cierto denuedo, que beben del viejo leninismo y que adoptan sus estrategias, debidamente puestas al día. Y, como en los viejos tiempos de la Revolución, van directos a acabar con todo otro movimiento o partido que les pueda disputar el poder; no, no es que se lancen contra la derecha (que eso se da por descontado), es que tal vez con más ahínco van contra toda traza de socialdemocracia o socialismo… Y, aunque ahora aparenten aceptar al elemento libertario o anarcoide que les hace coro y les acompaña en su estrategia, pronto, llegados y obtenido el poder, verán también estos últimos cómo se les conmina a la “unificación” o al destierro.
Todavía andan en embrión y por eso necesitan de sustento y base para crecer; por eso aceptan ‑unitarios que son, sin embargo‑ el principio anticolonialista del “derecho a decidir”, a expensas de arrastrar a quienes se dejan llevar por nacionalismos excluyentes, racistas y egoístas, insolidarios para con los demás… ¿A qué ideario corresponden, si esto está en franca contradicción con los principios de internacionalidad, hermandad y progreso entre los pueblos? Incrustados en alguno de los múltiples movimientos que por ahora constituyen su base y acción, hay, curiosamente, elementos salidos de allá del mar, de los fracasados idearios revolucionarios (montoneros, tupamaros…) que tanto dolor y muertes sufrieron y dieron; gente que acá pretenden una “liberación” que ya no les permiten allá ¡y son los que van marcando las pautas que seguir! También llevan en vanguardia a quienes carecen de un mínimo rigor tolerante o de concordia, a quienes creen ya llegada “su hora” ‑la del exabrupto‑, la del ahora yo digo lo que se debe hacer, la del enfrentar ‑antes que ponderar‑ el valor y necesidad de ese enfrentamiento; pensar, a quienes el entendimiento se les nubla por un deseo incontrolable… Llevan a los palmeros vociferantes para allanar el camino.
Todo esto ya está muy visto ‑es antiguo‑, por más que quieran decirnos lo contrario.
Así que estos profesores universitarios no saben nada. Ir con método y por sus pasos, adecuando las situaciones a la realidad que se contempla, les es ajeno. Y la realidad es que los españoles somos, en mayoría, de centro izquierda. Acceder a las instituciones para reformarlas ‑no para dominarlas‑, que es lo más deseable en estos tiempos, adonde nos ha llevado la escoria de una derecha ramplona, cleptómana y egoísta hasta la ceguera, aún a costa de pudrirlo todo, debiera ser el camino trazado, la meta de estos intelectuales de salón. Llegar y poner su pica en Flandes y, desde ahí, ir matizando acciones de gobierno, redirigiéndolas para compensar estos desastres ya vividos, aunque hayan de coaligarse con otras fuerzas, aunque no sean los absolutos protagonistas del baile, aunque tengan que transigir y contemporizar. Aunque tengan ‑ellos debieran saberlo, tan informados como están‑ que hacer “política”.
«Se hace camino al andar», dijo el maestro poeta, y esto debiera serles diáfano. Pero no, hay que alcanzar las cosas a la brava, hay que asaltarlas, hay que demostrar que nosotros (ellos) somos y tenemos el derecho inalienable de nuestra sacrosanta misión. Los demás o aceptan o caen en el olvido. Y la cúpula, o círculo central, ensalzará al líder, al que hinchará como pavo en corral ‑como es cosa lógica en estas derivas políticas‑, cerrará filas en torno al mismo y avanzará como las legiones, arrollándolo todo. Luego, alguien se preguntará dónde quedó la democracia, dónde las promesas de justicia, de bienestar, de mejora… Y, como tantas veces y en tantos de sus regímenes aceptables, se hablará de “revolución permanente”, para no soltar poder ni dogal.