“Barcos de papel” – Capítulo 26 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- Un momento difícil.

Al cabo de unos días, había recogido los libros que tenía sobre la mesa y me estaba preparando para salir, cuando sonó el teléfono del pasillo. Oí los pasos inconfundibles de “El Colilla”, que se dirigía a mi habitación, y al instante abrió la puerta sin llamar, y dijo en voz alta.

—¡Vamos, Warren Beatty! Que te llaman por teléfono.

—¿Quién es? —pregunté con cierto nerviosismo—.

—No lo sé; pero desde luego se trata de una chavala. ¡No paras! Ten cuidado y no abuses, que te estás matando. ¿Tú eres capaz de concentrarte con tanto ajetreo?

—No, Emilio, no lo soy.

Cogí el auricular pensando que sería Roser, porque el número de la pensión no se lo había dado a nadie más; y, al acercármelo al oído, escuché la voz de Mari Luz, la compañera de Olga en el trabajo. Vacilé antes de contestar, y noté que mi corazón corría como loco. Solamente acerté a preguntarle.

—¿Ocurre algo?

Al oír aquella voz me quedé helado.

—Eso deberías decírmelo tú —contestó Santamaría en un tono áspero y desabrido—. Tú sabrás qué le has hecho, desgraciado. Apenas me habla, no para de llorar y dice que quiere abandonar la clínica. ¿Qué puedes decirme?

De buena gana hubiera descargado toda la presión que llevaba dentro, pero le respondí con refinado sarcasmo:

—Te noto muy enfadado, doctor, aunque no me extraña. Imagino que Olga ya se ha cansado de que la explote un viejo degenerado como tú. ¿Qué esperabas? ¿Tenerla sometida toda la vida?

A medida que hablaba, calmaba mi nerviosismo, pero percibía que el furor se iba adueñando de Santamaría. Durante un instante, breve como un relámpago, no respondió. Luego habló con tal resentimiento que parecía dispuesto a arrasar con cualquier cosa que se cruzara en su camino.

—No me equivoqué contigo —dijo muy alterado—. Eres un mal nacido.

Sentí un sudor frío, apreté con fuerza el teléfono y respondí.

—¿Yo soy un mal nacido? ¿Y tú qué eres…, su ángel de la guarda? ¿Dónde estabas cuando te llamó para que la llevaras al hospital? Eres un reptil venenoso. Eso eres tú.

—No pude, estaba con mi mujer y con mi hijo.

—¿Con tu mujer? Y, ¿quién es Olga para ti? ¿Un juguete? ¿Una esclava? ¿Por qué no me lo cuentas a ver si lo comprendo? Yo te diré quién es: Olga es la víctima de un degenerado sin entrañas, como tú.

De pronto, se puso a gritar como un poseso.

—Escúchame bien, hijo de puta: si vuelves a mirarla, si le vuelves a dirigir la palabra, sabrás quién soy y hasta dónde puedo llegar.

—No hace falta que me lo digas. Ya sé quién eres: tú eres quien firma las recetas de sus pastillas, el que la engaña desde que era una niña, y el que la ha convertido en una alcohólica. Un cobarde que no tiene cojones para enfrentarse conmigo cara a cara, y me intenta asustar por teléfono con sus amenazas. Eso eres tú.

No paraba de decir que si volvía a tocarla me mataría a mí y luego a ella. Nunca hubiera pensado que lo vería tan fuera de sí. Qué distinto era aquel Santamaría del refinado doctor que había conocido la noche que cenamos en Reno. Ahora mostraba su verdadera estampa. Pero yo no estaba dispuesto a callarme, y dije para terminar:

—Y también eres quien ha arruinado su vida. Debería darte vergüenza. Tú eres médico, ¿no? Tendría que denunciarte por corruptor.

—¿Denunciarme tú a mí? ¿Pero quién coño crees que eres? Un niñato de mierda, sin oficio ni beneficio. Un muerto de hambre.

—Yo soy una persona decente, y tú un corruptor de menores. ¡Atrévete doctor! ¡Atrévete conmigo, si tienes huevos!

roan82@gmail.com

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