Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- ¡Vae victis!
Antes de que ella pudiera contestar a sus palabras, Santamaría salió de la habitación sin prestarme la menor atención. Me acerqué a la cama, me senté a su lado, y ella dijo, ocultando con sus manos los ojos anegados en lágrimas.
—A veces es tan cruel… —susurró entre suspiros—.
—¿Cómo permites que te trate así? No se lo toleres. Te trata como a su esclava.
—Siento lo que ha pasado —dijo con enorme desconsuelo—; pero lo quiero tanto…
—Eso no es justo. ¿Cómo puedes querer a un monstruo como ese?
—Sí, lo quiero mucho —exclamó—. No sé qué haría si un día me dejara.