Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5.-Un patinazo imperdonable.
Entonces, Roser hizo algo que nunca olvidaré: se levantó y se puso a mis espaldas, me cogió la cabeza con las dos manos, la estrechó contra su pecho y me llenó de besos. Sus manos olían al delicioso aroma de hierbas con el que le gustaba humedecerse las yemas de los dedos al salir de casa. Pero lo que me dejó helado es lo que me susurró al oído, a continuación.