La conquista del oeste (ideológico)

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

La paradoja de los izquierdismos, me refiero a las organizaciones que se suponen los representan, es que llevan como la democracia burguesa en sí mismos el germen de su destrucción.

Lo hemos visto históricamente y lo vemos ahora y con evidencia diáfana en nuestro país (y en otros, sí). La izquierda se divide, se enfrenta, se destruye. Parece maldición, que cuanto más se empeñan en potenciarla, aumentar su base e influencia, sacarla de cierta irrelevancia, más se empeñan paradójicamente en lo contrario.

La derecha, y más si es contumaz y de escopeta y perro, por el contrario tiende siempre a unirse, a buscar vínculos que la hagan más fuerte. Cierto que en estos tiempos parece ser lo contrario, que se divide al no reconocer su norte; pero me creo que es cosa pasajera y que en cuanto su norte y guía aparezca no tardará la derecha en salir con el clásico “prietas las filas” que más fuerza le da (y posibilidad de poder). En general, todas las derechas, de cualquier país, comparten credo muy común, fácilmente comprensible y asimilable para los intereses de ciertas capas sociales; por eso son tan raras sus divisiones irreconciliables.

Por el contrario, las divisiones irreconciliables son habituales en la izquierda. El supuesto credo común se pierde en matizaciones, interpretaciones y camarillas ansias de poder que lo llevan en sus infalibles e inapelables cuerpos de doctrina. En esto, la izquierda actúa como cualquier religión.

Los enfrentamientos de las izquierdas a veces han devenido en crueldades y hasta crímenes en los que no comparten la doctrina o disciplina del grupo dominante. Mientras juega la izquierda el juego de la democracia burguesa (o aparente jugarlo), todo marcha según sean más o menos numerosos los partidos de izquierda; o sea, ateniéndose a las reglas y enfrentándose al voto libre de la ciudadanía y al logro de mayor o menor influencia en la sociedad de cada facción.

Hay partidos de izquierda que se colocan el calificativo de unificados (p. ej., Partido Unificado de los Trabajadores) y con ello manifiestan explícitamente que de su gusto y poder derivaría la existencia de ese único partido, que debe ser, pues, el que goce de más ortodoxia doctrinal. Lo que sucede es que a lo largo de la historia reciente, cuando se ha constituido o logrado tal “unificación”, lo ha sido por la fuerza; cuando llegan al poder, unifican gracias a su policía y a la carencia de garantías básicas (y a ilegalizar a los otros). Esto ha sido siempre así. Cuando un partido de izquierda ha alcanzado el poder, salvo dignas excepciones, siempre lo ha sido por la fuerza (sí, también lo ha llevado hasta ahí alguna revolución que se ha encargado de canalizar, incluso que ha protagonizado); y, conseguido, se ha petrificado incluso se han petrificado sus siempre presentes dirigentes.

Claro que la derecha ha hecho lo mismo y en circunstancias parecidas, no se puede negar; pero no han disimulado nunca su carácter dictatorial y no se han bautizado como democracias (término que por otra parte odian visceralmente).

Así que, cuando contemplo el panorama tan absurdo de esos grupos, grupitos y grupúsculos de izquierdistas, cada uno con sus siglas, sus dirigentes, sus pseudoprogramas (si es que los tienen), me apeno por no encontrarme con políticos (lo quieran o no, lo son) de talla, con ideas generosas y de altas miras para mejorar la sociedad que ellos dicen defender. A algunos se les ve la patita por debajo de la puerta acerca de su querencia a la “unificación” bajo su guía, claro; a otros, lo único que se les ve es un desnorte intelectual y conceptual de tal calibre que ya no se sabe ni lo que piensan (?) ni lo que dicen; y solo son capaces para irse por ahí, día a día, con sus manifiestos, sus eslóganes, sus pancartas y sus camisetas estrelladas, detrás, precisamente, del lindo burgués de turno que les promete las migajas que obtener en esa revolución que tanto tiempo llevan pendiente. La división y debilitamiento de las posiciones de izquierda es siempre la consecuencia y, a veces, hasta la misma contradicción entre la idea izquierdista y las adherencias miopes de un nacionalismo burgués y excluyente dejan un sabor extraño e irreconocible. No puede ser de izquierda quien propugna precisamente la compartimentación y separación no de clases sino de los mismos a los que debiera unirse. Hay quienes confunden esta morralla ideológica con ser progres y modernos… Ahora, lo progresista ‑se ve para algunos‑ es retroceder.

Y cuando pillan “cacho” de poder y tienen la oportunidad de demostrar cómo de verdad se gobierna para la ciudadanía, a veces se pierden en pamplinas, minucias y provocaciones absurdas, o en manifestar que harán lo que quieran (cuando convenga) o intentarán convencer a diversos colectivos de que “sean buenos”… Miren; para llegar a esto hay que vivir en Marinaleda, y todo el mundo sabe el porqué…

Al ciudadano que tiene los pies en el suelo, tanto circo no le convence. Por eso, a la hora de la verdad, sus libres votos se van a otra parte.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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