Don Florentín

Por Mariano Valcárcel González.

Me reitero, sí, vale, lo admito, pero en la vida todo es reiterar, reiterable y reiterativo. Si no, venga usted y no me admita que muchas cosas de las que suceden (o sucedan) no son como repeticiones más o menos ajustadas a guiones anteriores; eso que los petulantes definen con un déjà vu.

¿Y en qué me reitero? Pues, en lo que sigue; que en los veranos es común el ver a chicos y chicas avanzando por eses calles con mochililla a la espalda o carpetas bajo el brazo, camino de academias o viviendas particulares donde les esperan algunas horas de clase.

Durante todo el curso se les ve, desde luego, pero en verano, siendo menos su número, sin embargo su presencia se hace como más evidente. Son los suspendidos o los que, siendo universitarios, dejaron para septiembre alguna de esas asignaturas que se les presentan más complicadas de completar.

Deberíamos ver más chiquillería, que antaño eran muy numerosos; pero como, en esta época, en la enseñanza primaria no debe recuperarse asignatura alguna, o sea que no suspenden realmente, los pequeños escolares se libran del penoso proceso veraniego de acudir a la escuela del maestro que nunca hace vacaciones (o la del estudiantillo que así se sacaba unas pesetas).

Los que sí deben recorrer la senda del verano a la sombra, dentro de una tórrida aula, o en la biblioteca, son los de secundaria, bachillerato o universidad. Los que dejaron la asignatura para septiembre, de manera voluntaria, o los que, por obligación, tienen que intentar superar las calabazas primaverales se ven en la triste condición de estudiantes veraniegos, a su pesar, que ya no es eso de hacer unos cuadernos de actividades de repaso, porque así los padres los tienen por un rato entretenidos, sino que, a veces, se juegan hasta la repetición del curso.

Ahí van, chicas y chicos, de buena mañana, mustios, lacios, sin ánimo ni ilusión alguna, cargados de sus libros y cuadernos, de sus apuntes, hasta el lugar de la tortura. A algunos les consuela saber que van a encontrarse con colegas de su misma condición y situación, e incluso se da la sorpresa de tener conocimiento de otros que se convertirán en nuevos camaradas de fatigas, nuevos amigos con los que hacer más llevadero el tremendo verano.

Los jóvenes siempre son hábiles, dúctiles y maleables, adaptables a situaciones nuevas en las que lo negativo puede revertir en positivo. El amor juvenil del verano se puede encontrar en la playa (ya se sabe), pero también entre las mesas de una maldita academia de recuperaciones.

Curioso que, aunque el sistema educativo se ha ido a mínimos, todavía y a pesar de ello perduren entre los estudiantes los que ni así, poniéndoselo a huevo, tienen ídem de aprobarse las asignaturas del curso. Hay una solución: eliminar por decreto la vieja costumbre de suspender, como de facto está establecido en la enseñanza primaria. Así y por siempre contribuiríamos a desterrar los traumas inherentes y subsiguientes que han marcado y podrían marcar a generaciones enteras; ¡lejos de nosotros contribuir a la inestabilidad emocional de toda una población!; que es bien cierto que no solo chavales y chavalas sufren, sino también y en sus propias carnes los papás y mamás (y los profesores que tienen que enfrentarse a ellos).

Vemos por las calles a quienes tienen que resolver la septembrina papeleta y entre ellos los hay quienes realmente se tienen bien merecido el tormento. Tomados los obligatorios estudios como algo que no interesa, que no motiva, que es un palo diario y que mejor se está zascandileando por ahí y dejándose llevar por el apetito de lo fácil e inmediato. Como obligados que están, incumplen automáticamente sus obligaciones y no se sienten responsables de ello. Y sus padres, a veces, no son capaces de impedirlo. Así que llega inevitablemente el sistema aplicando sus rígidas reglas y el rodillo exterminador (si los directivos de la administración educativa no lo impiden).

Yo no dudo de la necesidad de límites y niveles que alcanzar y superar y el esfuerzo necesario para ello. Esfuerzo. Necesario. Sí. Que el esfuerzo además de necesario (cuando así lo sea) puede ser también agradable y gratificante, no siempre negativo. Partir de estímulos positivos es positivo y eficaz, necesariamente deseable, pero también es incuestionable que no siempre dispondremos de esos estímulos y no por ello se ha de interrumpir el programa establecido.

Don Florentín, maestro y también compañero, era un adelantado de su tiempo y, cuando yo le preguntaba cuántos alumnos iba a dejar para septiembre, él me decía:

—Ninguno. ¿Qué quieres, que luego los apruebe y digan que en dos meses les ha enseñado más un maestrillo que él en ocho meses?

¡Cuánta razón tenía don Florentín!

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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