Ejército

Por Mariano Valcárcel González.

Siempre se dijo eso de «En tus tiempos se hacía la mili con lanza» y, aparte de la obvia exageración, la verdad es que no se andaba muy descaminado.

El ejército de Franco era mitad carcundia y mitad saldo. Carcundia, el material humano; y saldo, el material de uso corriente y el bélico. Una filfa (‘mentira’) solo para amedrentar a la población y mantener muchos puestos cobrando del erario público. Y motivo de fervor patriotero, sobre todo de los que procuraban no meterse en el mismo; que siguen en los mismos términos y les gusta un desfile más que a un turista la paella.

Los que polemizan sobre la conversación habida entre Franco y Hitler y con aquello de que el caudillo nos salvó de entrar en la conflagración mundial, olvidan que quisiese o no tener cierto protagonismo en aquella guerra el español o lo desease a su vez el alemán; lo cierto es que el Estado Mayor de la Werhmacht desaconsejó la entrada de España, por el mal concepto y los peores informes que tenían sobre el estado de nuestras fuerzas armadas, su organización, su material, su entrenamiento y sus cuadros de mando, amén de que sería ello más una carga al esfuerzo bélico alemán que una ayuda segura. La no beligerancia activa de España les venía mejor y aseguraba su flanco occidental sur. Hay datos palpables; fíjense cómo trataron a los expedicionarios azules.

Así siguieron las cosas durante décadas. Aparte de alguna división algo modernizada, el resto era pura facundia (‘facilidad de hablar’). Las Bridot (‘brigadas operativas territoriales’) eran meras unidades de ocupación del propio territorio, dotadas apenas de entrenamiento y material. Los organismos directivos del Ejército se solapaban unos a otros entorpeciéndose (desde la división en tres ministerios, a los diferentes estratos como capitanías, gobiernos militares, etc.), obedeciendo la situación más a criterios de control (el generalísimo no se fiaba de sus generales) que de eficacia.

En cuanto a los recursos con que se contaba…, las unidades no tenían prácticamente equipamiento, ni armamento, ni ropa y calzado, escasas de operatividad y entrenamiento. En los cuarteles, en verdad, solo se vegetaba. Rutina y tedio, absolutos, y abandono total.

En el que pasé bastantes meses, ¡no había ni grupos electrógenos de emergencia y, cuando se iba la luz, había que dar con las linternas, si es que se encontraban! Entre la tropa formada, se apreciaban ¡cascos de la guerra civil! en servicio y, a pesar del crudo invierno, la guardia no disponía de prendas de abrigo adecuadas. ¡Había que colocarse unos largos y pesados abrigos, tipo batalla de Stalingrado, encima del tabardo (‘chaquetón militar’) y correajes!, los cuales estaban, de común, arrumbados al lado de la caldera de calefacción. Parecíamos fantasmas en la noche larga y fría. Del personal, lo más numerosos eran los suboficiales músicos, obligados a estarse todas las mañanas en su cantina (salvo algún ensayo, para disimular) y la tropa de reemplazo, que en momentos necesarios resultó absolutamente escasa para atender los servicios que se les encomendaron.

Respecto a eso, le comenté a un oficial (sí, yo tenía cierto acceso a algunos oficiales) el exceso de servicios que recaían en los soldados del regimiento (que se unían a los rutinarios), sin solución de continuidad, cuando en otros se permitían hasta permisos cada medio mes… Me contestó que llevaba razón, pero que no lo fuese comentando por ahí (se refería a la calle, para que las gentes siguiesen creyendo que había miles de soldados dentro; ahí estaba el quid de su existencia).

Y, a propósito de oficiales, que en alguna charla, al abrigo de alguna barra de bar (o cantina), algunos se me declaraban “ciudadanos antes que militares”, lo cual era una declaración en toda regla y un riesgo que corrían y que podía costarles caro. Me pregunto hasta dónde llegaría alguno de ellos en su carrera y si han seguido manteniendo y aumentando sus incipientes ideas democráticas. Todavía, los cachorros de la oficialidad franquista mantienen sus ideas anquilosadas y fuera de lugar, que viven en perpetua zozobra de valores perdidos.

El ejército, todos los ejércitos del mundo, son por esencia entes en sí mismos, bastante cerrados y endogámicos, que tienden a no ser controlados por organismos externos y sometidos a un imprescindible régimen de autoridad y disciplina. Esto es así y se ve en cualquier país con mayor o menor intensidad. Quienes quieran integrarse en una unidad militar, han de ser conscientes de ello y es de necios el pretender olvidarse de la existencia de esas servidumbres; por ello, quien entra en la milicia ha de saber dónde se mete. A este respecto, es tan incongruente el que ingresa en el ejército y luego se queja de sus condiciones, como el que matricula a su hijo en un colegio religioso y luego se queja de que lo lleven a misa. Me instaba un suboficial a quedarme en el sistema y le contesté:

—Mire, si viene ahora el de las dos estrellas (un teniente reenganchado, especialmente lechón) y le mete un puro, se lo ha de aguantar, por esas estrellas que lleva; pero yo, si creo que tengo razón en algo, lo discuto con mi director de colegio (e incluso no le hago caso), y esta es la diferencia entre una vida y otra.

Pero, claro, querer ser soldado no obliga a sufrir vejaciones, abusos de autoridad y de otras clases, o situaciones de explotación personal y profesional. Y, en esto, todavía hace falta recorrer un camino necesario; porque la confusión entre disciplina y obediencia ciega y ley del silencio todavía persisten en algunas estructuras militares de nuestro país. Y siguen embaucados por aquellos que, muy sigilosamente, evaden el dinero a Suiza; veinte mil millones de euros envueltos en patriotas banderas, ¡ahí es !

 Yo, de recluta, en julio de 1973.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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