55. Sujeto a vigilancia

Por Fernando Sánchez Resa.

Tras tomar nuestros nombres (el sargento de semana), fuimos en busca de una habitación al piso alto, pero todas estaban ocupadas; las deshabitadas no tenían marcos ni puertas. Finalmente, nos instalaron en una pequeña pieza llena de escombros y piedras cuyo pavimento era de ladrillo. Al estar tan cansados, cogimos el sueño enseguida, sin que nos molestase el frío del suelo, el aire que circulaba por ventanas y puertas ni los muchos ratones que se paseaban sobre nosotros…

Pronto llegó la diana (las siete de la mañana) y el desayuno, al que llamaban café siendo, en verdad, un poco de agua negra; para luego salir a cavar trincheras con el batallón; pero lo hacíamos aparte, vigilados por un cabo, puesto que no se fiaban de nosotros al venir de la cárcel; por eso nos llamaban “presuarios”, por lo que formábamos parte de la “disiciplinaria” del batallón. Además, nos asignaron el peor terreno (el más duro y pedregoso), por lo que tuvimos que picar a fuerza de puño mientras otros lo hacían con dinamita… No obstante, aquella porción de vagos recibieron más de una lección, siendo trabajadores y obreros de toda la vida. Allí se encontraban muchos comunistas y forajidos que quisieron matarme en Jódar, la noche del 27 de marzo de 1937. El guardia municipal que me llevó preso a Jaén, ahora era sargento, y encima se las daba de que me había salvado la vida en el barrio Moscú de Jaén, cuando por poco me matan por su culpa… La cosa tenía gracia: ¡la zorra guardando gallinas! Como sabían que era sacerdote, no tuve que ocultarlo. Lo paradójico era que ahora todos querían protegerme y ser mi amigo…

Al medio día, comíamos el rancho y muchas veces pasaba un avión nacional por encima de la caldera, sin que llegase a lanzar ninguna bomba; pero entonces todo era confusión y sálvese quien pueda. Después, descansábamos media hora bajo los olivos y volvíamos a trabajar, hasta que al atardecer regresábamos (al mando de un sargento) a la ciudad, formados de tres en fondo. A veces, se repetía la escena de pánico al tocar las sirenas, porque venían los aviones nacionales…

Tras pasar lista y tomar el rancho de la noche, tan escaso como el del medio día, llegaba el tiempo libre hasta la mañana siguiente, pudiéndose marchar adonde se quisiese; aunque nosotros no podíamos salir del cuartel si no nos acompañaba un cabo, especialmente durante los primeros días…

Úbeda, 19 de abril de 2015.

fsresa@gmail.com

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