Por Fernando Sánchez Resa.
Cuando llegó la noche del primer día en el batallón, un cabo nos llevó a las oficinas de la plaza y nos presentó al comandante que, tras advertencias y reflexiones, nos dejó en manos de un sargento para que tomase nuestra filiación en un libro. Cada cual fue diciendo su nombre y profesión. Al llegar mi turno, no lo dudé; dije que era sacerdote y él consignó, sin inmutarse: LICENCIADO EN TEOLOGÍA. Tras unos meses, este dato me sería de mucha utilidad…