Por Fernando Sánchez Resa.
Tras tomar nuestros nombres (el sargento de semana), fuimos en busca de una habitación al piso alto, pero todas estaban ocupadas; las deshabitadas no tenían marcos ni puertas. Finalmente, nos instalaron en una pequeña pieza llena de escombros y piedras cuyo pavimento era de ladrillo. Al estar tan cansados, cogimos el sueño enseguida, sin que nos molestase el frío del suelo, el aire que circulaba por ventanas y puertas ni los muchos ratones que se paseaban sobre nosotros…