Por Fernando Sánchez Resa.
Libres del peso del encierro, bajamos las calles de Martos a paso ligero, acompañados de algunos guardias de asalto, al mando de un cabo (que, según nos cuentan, se encuentran muy contentos por el asueto que le hemos proporcionado), en busca de la estación para coger, a las ocho y media, un tren para Jaén.
Al fin llega, atestado de gente, y podemos acomodarnos en un vagón de carga, entre apretones e imposiciones de los guardias. Al tren le cuesta arrancar y marchar por el exceso de carga, mientras marchamos contentos y alegres (aunque incómodos) viendo pasar Torredonjimeno y Torredelcampo. Nuestra imaginación vuela soñando auras de libertad. El tren, con su lento y tranquilo caminar, al ser un día soleado de límpido cielo, nos impulsa a ir ascendiendo a regiones más puras, donde la paz, la dicha y la ventura son plenas… Pero, hay que tener cuidado con esos sueños, pues no deben alejarnos de la cruda realidad presente; ya llegará el tiempo en que la vida de ensueños y esperanzas se haga dulce y venturosa realidad…
Llegamos a Jaén, nos bajamos y enfilamos la hermosa avenida que conduce a la población. Lo primero que vemos es nuestro antiguo albergue, la cárcel provincial. Al oír los toques de corneta, nos vienen a la memoria tantas cosas: la vida que allí llevamos que, al fin, no fue tan mala; los querídisimos amigos que aún moran en ella, sin saber cuándo gozarán de la ansiada libertad… Nadie sabe hacia donde vamos, ni siquiera los que nos conducen; aunque, como preguntando se va a Roma, llegamos a la Comandancia de Ingenieros que está cerca de la cárcel, donde no saben nada de lo nuestro, aunque nos toman los nombres y la quinta que pertenecemos. Nos dicen finalmente que nos presentemos en la Zona o al CRIM. Seguimos avanzando por la amplia avenida, hasta que paramos en el cuartel de las fuerzas de asalto, donde el cabo se pone a las órdenes de sus superiores y, por teléfono, averiguará nuestro definitivo paradero.
Estando parados en medio de la avenida, oigo que me llaman por mi nombre (Miguel) y, no haciéndole caso la primera vez, la segunda compruebo que es Dolores “la Chica”, la muchacha que me llevaba y traía la ropa los lunes y sábados, y que me visitaba con frecuencia tras las rejas. Al enterarse del motivo de mi venida, se alegra mucho y lleva la noticia a la nueva familia Saénz Morrondo.
Al fin, nos enteraramos de que los cuatro que pertenecemos a las quintas del 22, 23 y 24 tenemos que volver a la Comandancia de Ingenieros; y, al resto, los llevan a otra parte. Yo era de la quinta del 24 y, cuando llegamos a nuestro destino, no saben lo que hacer con nosotros; hasta que llega el Comandante del Batallón de fortificaciones de Martos y ordena que nuevamente seamos trasladados a dicha población. Mas hay un grave problema: el tren ya pasó y no hay otro hasta el día siguiente; pero los dos guardias que nos acompañan quieren marchar ya, por lo que intentaremos coger el primer camión que pase por el lugar de control…
Úbeda, 31 de marzo de 2015.