Por Mariano Valcárcel González.
He leído en el “face” un comentario muy atinado que no me resisto a reproducir, más o menos, y que viene a decir lo siguiente sobre el caso Belén Esteban: «No sabe bailar y ganó un concurso de baile; no sabe escribir y ha publicado un libro; no tiene educación ni sabe respetar y gana un concurso de convivencia; mientras, el Gobierno nos está colando las leyes que le interesan y nosotros sin enterarnos».
Es cierto el comentario y es muy triste el admitirlo.
Se constata el trabajo demoledor que las televisiones, en general, ‑y en particular la de los dedos de una mano‑, con esos programas de gran audiencia ‑masiva audiencia‑, están realizando en la línea inequívoca de entontecer y aborregar a una audiencia que se entrega sin defensa alguna a esta situación, cual animales en sus pesebres.
Programas no ya de entretenimiento (necesarios), sino de cotilleo malsano, de acoso y derribo de personas, sus hijos y sus familias; programas en los que la decencia y la intimidad se venden y se compran; en los que brillan por su ausencia valores como la honestidad, la decencia, el gusto por el saber; zafios y cuanto más zafios mejor y cuanto más se chille y más se discuta a cara de perro, mucho mejor.
Como diría uno de sus integrantes, lo importante es que den juego, o sea, todo por la audiencia (interés del empresario) y todo por la pasta (interés del interviniente). Pues en verdad es que forman un plantel de contratados por la cadena que deben estar dispuestos para todo y a todo. Venden su alma, venden su cuerpo al diablo televisivo. Si nos fijamos un poco, en realidad, son siempre las mismas personas (con los relevos que decida “la cúpula”) que aparecen una y otra vez en una especie de noria giratoria o tiovivo de feria.
Porque feria es. Y tal que sus puestos de tiro y sus juegos están trucados. La dirección de la cadena decide a qué se juega, quiénes juegan y, desde luego, quién será el ganador o la ganadora. La cadena se convierte en juez y parte. Hasta en esos programas llamados realitis, remedos de situaciones o vidas reales, están preparados y manipulados, lógicamente y convenientemente editados.
Pero la gente traga; se lo traga todo…, creyéndoselo a pies juntillas. Sí que se lo creen y no admiten que están siendo manejados, contentos de lo que se van tragando compulsivamente. Los convencen de que pueden decidir, votar ‑la audiencia ha decidido…‑ y esos votos están hábilmente dirigidos en los constantes bombardeos que desde los diversos programas de la cadena se emiten; solo sirven para aumentar los beneficios (los mensajes cuestan). Luego va y sale ganadora la Esteban, como estaba previsto desde el principio, asegurada la campaña mediática.
Tongo manifiesto. Juego de trileros. Es la televisión del rey de los fulleros. Siempre la misma jugada: concurso, participante de la nómina de la empresa, campaña de sus compañeros desde los programas diarios, triunfo del indudablemente “nominado”. Y nunca falta el corrillo de mirones y de pardillos que pican.
Y hay una segunda parte. Generar y desarrollar este tipo de televisión no puede beneficiar sino a los intereses de quienes así se siguen beneficiando de una masa acrítica y amorfa, más preocupada por saber si una aprendiz de pilingui se lía con un pollo repeinado, si el famosete de turno entra o sale a deshoras de discoteca o lupanar, si los cuernos son unidireccionales o bidireccionales, o si la Esteban ha mencionado por milésima vez a su pobre hija. Este continuo bombardeo de inconsistencias y naderías cumple su misión, calando como gota china lenta, pero inexorablemente en amplias capas de la sociedad (y no nos engañemos, no son únicamente las más vulnerables o desfavorecidas) que están pendientes día y noche de los contenidos lineales y con los mismos protagonistas que les presentan.
Si alteran la programación es para introducir espacios que generalmente les van a producir nuevos o reincidentes temas con los que alimentar a los otros (retroalimentación) e incluso descubrir nuevas personas a las que convertir, generalmente por alguna temporada, en protagonistas de esos programas. Juegan con descaro a la fabricación de “juguetes rotos”, pues les da igual lo que después les pase; lo importante es el espectáculo, con el espectáculo la audiencia y con la audiencia el negocio.
Al sistema se apuntan, de forma más o menos descarada, casi todas las cadenas, pues la fórmula es rentable no solo económicamente. Mantener al personal enganchado a la bazofia emitida permite desligarlo del peligro de exceso de información y de formación. Si antaño convenía que la masa fuese analfabeta, convenía mantenerla en el límite de su humanidad; ahora, en pleno siglo veintiuno, es muy útil mantenerla en el limbo del conocimiento de lo que se hace, se decide, se legisla…, muchas veces en contra de los intereses generales, los de la misma masa. Cuanto menos se enteren e indaguen en la trascendencia que tienen ciertas leyes o normas y que revierten en el beneficio de unos pocos a costa del sacrificio de unos muchos; cuanto menos conozcan de la catadura real de quienes nos gobiernan, y no lo van a conocer porque desde estas televisiones tratarán de escamotearles las informaciones verdaderas, cambiándoselas por las absurdas y denigrantes historias de esos desgraciados y desgraciadas que viven del cuento, mucho mejor para los gobernantes y mejor, todavía mejor, para quienes en realidad manejan a los gobernantes. Es descarada la campaña del gobierno presionando a las cadenas para que les “filtren” los temas que sólo al gobierno le interesan (y tiene resortes para que le hagan caso).
Y todos sabemos quienes son (o lo barruntamos).