Don tabaco letal y tal

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Quitarse de fumar tiene un mérito inconmensurable, requiere una ayuda bien planificada y, sobre todo, la firme voluntad del adicto a la nicotina de dejar el hábito. La experiencia dice que hay que planteárselo como una cuestión de vida o muerte. No es para menos ya que, en caso de sobrevivir, la vida a partir de entonces será como nacer de nuevo. Que se lo pregunten a quienes han superado el trance.

Ramón Quesada vivió tal experiencia y, en contra de lo que él suponía y echándole “glándulas”, según sus propias palabras, consiguió seguir respirando; pero claro, de otra manera.

Previa una ruidosa campaña publicitaria muy bien montada, atrayente, con grandes carteles colocados en los lugares más estratégicos, llegó el día del comienzo de una serie de charlas y coloquios que habrían de versar sobre estos temas: “Procedencia del tabaco”, “Su llegada a España”, “Extensión por Europa”, “Sus enfermedades más graves”, “Ineficacia médica en casos de enfermedades avanzadas por su consumo”, “Toxina letal” y, por último, “Muerte”. Todo aquello con la proclama de aportación gráfica, como proyección de diapositivas, fotos y venta de la decimoséptima edición del libro del doctor Esquívez, El tabaco, exterminador de voluntades y vidas; y que, según la propaganda, el mismo autor sería quien dirigiera estos cursos de prevención contra el tabaco. Seriamente, a los asistentes se les prometía dejar de fumar en tres días. Así de fácil. El aforo del Casino Palace era más bien pequeño, como de unas ochenta localidades. Se llenó todas las tardes, con gente incluso en los pasillos. Yo me sentaba en la última fila, pues tengo el capricho de, tanto en esas comidas “por cualquier cosa”, homenajes “merecidos” y otras consabidas “oficialidades” gastronómicas “ineludibles”, tomar asiento en los últimos lugares y, a ser posible, cerca de la salida, por si acaso. Incluso en las bodas de parientes, porque de las otras me excuso, sacramento que ya apenas “se lleva”, porque las parejas ahora no se casan (“me casé por lo civil”, dicen las pintadas de moda), sino que se unen “sentimentalmente” hasta el momento de la separación como condición previa, me sitúo como digo cerca del lugar de acceso a la calle y, a ser posible, bien apartado de todo ese complejo de artefactos sonoros que te ponen la cabeza como un bombo. Así que, desde mi punto de vista y de audición del Casino Palace, fui observando el heterogéneo grupo de adictos al tabaco que allí se daba cita. Aprecié sus cuchicheos, su interés, sus interrogantes, sus desconfianzas y sus… temores; la “valentía” de unos y la abulia de otros, por la duda de curarse o no.

Antes de comenzar el acto, el primer día, saqué mis conclusiones. Había, a mi juicio, tres grupos de personas. El primero era al que pertenecían los crédulos, los que asistían seguros de su curación. El grupo segundo, el menos numeroso como precisé, estaba formado por los sempiternos “oliscones”, aquellos que en los bautizos quieran ser el neófito, en las bodas el novio y en los entierros… el muerto; los “enfermos” del fisgoneo, cuya terapia sólo está en satisfacerles lo mejor posible. Por último, estaban los blandengues, los sin fe, los sin fuerza de voluntad, los que sólo consiguen dejar de fumar cuando la huesuda señora de la guadaña se los lleva. ¿Mi grupo? Bueno, yo estaba con los del segundo. Me encontraba allá para observar, sin tener la más mínima intención de abandonar mi tabaco rubio, responsable de que mis pulmones orquestaran de noche un sabrosón concierto de filarmónica sin afinar. Por tanto, participaba en la reunión como pudiera asistir a la presentación de libros en el aniversario de la editorial o cumpleaños del librero: para hacerme del regalo que, compren o no, se les da a todos; más que nada, a los funcionarios y laborales, clases estables que cuentan con las preferencias de los comisionistas porque el parné está seguro; ¿o no?

Las explicaciones y documentales que ofreció el doctor Esquívez sobre el placer de fumar fueron en verdad persuasivas. La neumoconiosis provocada por la inhalación del humo del tabaco, la intoxicación crónica de los fumadores empedernidos, el alcaloide nicotina, uno de los venenos letales más potentes para el sistema nervioso vegetativo, la impotencia quirúrgica de la que se nos mostraban sendas y repelentes fotos, me pusieron el vello de punta, con náuseas de asco y vómitos apenas contenidos. No lo resistí. Antes de terminar la sesión de aquella tarde final, salí del Casino Palace como alma en pena. Fue un éxito. Bastantes se apartaron del hábito de fumar para siempre. Por mi parte, lo intenté con todas las fuerzas de mi voluntad, pero, a los dos días, continué con mis dos cajetillas de cigarrillos rubios y, ia otra cosa, mariposa! Mi única experiencia fue haber sentido en mi conciencia el síndrome de abstinencia, esa sensación que hace enloquecer a los abstinentes hasta que claudiquen o estallen de desesperación, de angustia, de impaciencia.

En la fecha en la que escribo todo esto, se cumplen cinco años de mi renuncia al tabaco. No fueron mis concurrencias a las sesiones del doctor Esquívez contra el tabaco y sus funestas consecuencias; tampoco los consejos de la familia ni de mis amigos, ni la subida periódica de este “chancuco” como en Colombia se le llama, ni la “orquesta” establecida, “de por vida”, en mis pulmones, no. Fue eso: simplemente cuestión de virilidad, de tozudez, de echarle valor al toro, por una apuesta con un homónimo compañero que luego abdicó a los pocos días, para demostrarme a mí mismo que nada es imposible para el hombre‑hombre, nada más. Cuestión de glándulas, para los que aplican de forma grosera y soez el español, pero que dan en el clavo. ¡Ah! Otra cosa: que conste que cuando me acuerdo del tabaco, es sólo para alegrarme de que me he quitado. ¡Palabra!

(13‑08‑1990)

 

almagromanuel@gmail.com

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