El gato de don Francisco

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Curioso el relato que nos ofrece en esta ocasión Ramón Quesada sobre el fervor que Francisco de los Cobos y su esposa, María de Mendoza, profesaban a estos pequeños felinos domésticos. El amor que no pudieron dar a un hijo, que siempre desearon y nunca llegaron a tener, en cierto modo lo suplían con el apego a estos “desapegados” mamíferos. Hay quien atribuye al prócer ubetense la sentencia de que «Dios creó al gato para que el hombre pudiera disfrutar de un tigre en su casa».

El artículo pone de manifiesto la estrecha relación existente entre Úbeda ‑precursora del Renacimiento en España‑ e Italia, cuna de este estilo arquitectónico y, a la sazón, gran parte española.

Se dice de don Francisco de los Cobos y Molina, uno de los más brillantes personajes de la historia de Úbeda, celebérrimo varón, secretario del emperador Carlos V y luego consejero de Felipe II, que tenía especial predilección por los animales domésticos, lo que queda bien claro en la anécdota del célebre gato que regaló al infante don Fernando, príncipe de Nápoles.

Salinas, en sus cartas al príncipe de la ciudad del Vesubio y patria de Veleyo Petérculo, cuenta que De los Cobos y su mujer, doña María de Mendoza, enviaban al gato pedido con anterioridad «con entera voluntad, muy aderezado y muy galán», añadiendo, «hay necesidad de rogar por su vida ‑por la del gato‑, porque le es contrario el tiempo y la tierra».

Después de traer de cabeza a su portador don Francisco de Salamanca y viajar “como un príncipe”, el felino murió durante el viaje, según había vaticinado el inteligente Salinas; suceso que ocurría en 1535.

El mencionado Salinas escribía a Castillejo, el tesorero, en mayo de este mismo año: «…a lo que me escribe acerca de la desastrosa muerte del gato, digo que aquí se ha sentido mucho por el comendador (Cobos)».

El gato del que ignoramos su nombre si es que lo tenía, era un precioso ejemplar de Angora con rasgos de cruce de algalia, blanco, de ojos verdes como las aguas tropicales y, como los de su raza, de carácter bonachón y uñas como alfileres.

El minino, receloso de aquel ajetreo del viaje y posiblemente del relativo cuido que le dedicara De Salamanca, había enflaquecido y propinado a su guardián, durante la travesía, más de un arañazo, que motivaron que su diestra llevase constante vendaje, puesto que, cuando se lo quitaba, el de Angora volvía a refrescar las heridas con nuevas “caricias”; lo que nos hace pensar si el animal no sería sacrificado, aunque fuese destinado al príncipe de Nápoles o al mismo Agapito, que se sentaba por entonces en la silla de Pedro.

Mientras sucedían los hechos que tanto disgustaron a don Francisco de los Cobos, ya Diego de Siloé, por encargo del secretario de Carlos V, realizaba los primeros trazos para el proyecto de la magna obra de la Sacra capilla de El Salvador; y el arquitecto Andrés de Vandelvira se disponía a arribar a Úbeda para construir la capilla del Camarero Bago en la iglesia de San Pablo, una de las primeras obras realizadas en la ciudad de “los doce leones”. Y, según Gómez Moreno, Miguel Ángel Buonarrotti esculpía ya el famoso “San Juanito” que, años más tarde, don Francisco de los Cobos traería a España, al regreso de uno de sus frecuentes viajes a Italia, acompañando al Emperador, para luego donar la imagen a El Salvador de Úbeda. Esbelta y delicada figura de alabastro que corrió mejor en el viaje que el célebre gato de marras; aunque a la postre, en 1936, tuviese un triste y reprochado final al ser destrozado a golpes de martillo, con lo que desaparecía la única obra del escultor, arquitecto y pintor italiano en España.

Y es que, por lo visto, don Francisco de los Cobos y Molina no solía tener demasiada fortuna en los envíos que realizara; por lo menos con el felino y el “San Juanito”, como queda demostrado.

(16‑09‑1979).

 

almagromanuel@gmail.com

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