Hotel, dulce hotel

Una actividad imprescindible para quienes llegan a un hotel desconocido es realizar la exploración inicial.

Hall con recepción y directorio, bar y comedor o restaurante, accesos a las habitaciones y a la piscina (si está en planta baja), sótanos con el gimnasio o spa, zonas de juegos e Internet, los servicios y hasta acceder a las azoteas, si se puede, para ver qué vistas tienen… Toda una experiencia que nos puede distraer de la espera ya descrita. Por ello, es fácil localizar a quienes son nuevos, que se les ve recorriendo las estancias todo pasmados o mosqueados, porque observan que no corresponde con lo que le habían descrito u ofertado.

Los chicos salen corriendo hacia la piscina (a la que se tirarían de inmediato), o a la sala de juegos; el padre sale corriendo hacia el bar, pues llegó con la boca reseca y necesita perentoriamente una birra; la señora puede que busque la peluquería o que se pare en alguna de las tiendas existentes.

Ya estamos instalados, si no nos ha pillado la maldición del overbooking (modita que consiste en ofertar y aceptar reservas de más plazas de las que se dispone y maricón el último). Ahora es cuestión de plantearse la estancia. Se miran y se leen los tarjetones y hojas informativas que se nos dejan en la habitación, para saber de los horarios de desayuno, comedor, salidas de emergencia, etc. La planta donde caigamos es de suma importancia, por muy diversas cuestiones: malo, si es muy baja; y malo, si es muy alta. La primera, porque nos llegarán todos los ruidos del demonio (en especial los que procedan del baile o la actuación nocturna, si la hay) y también nos llegarán todos los olores imaginables (en especial los de las cocinas); la segunda, porque pueden colocarte cerca de los grupos de climatización, extractores y chimeneas y ya estás perdido sin remedio. Quedar al lado del ascensor tampoco es una bicoca.

Yo pienso que, al igual que ahora han implantado la modita de cobrar un suplemento por tener vistas(en general al mar), deberían deducir una bonificación cuando te colocan en los sitios anteriores; de justicia es que, esto de cobrarte un extra por ponerte en una buena habitación, no tiene sentido si no descuentan por ponerte en una mala (sí, esas que dan a los patios de interior o a la calleja de atrás, oscura boca de lobo donde están colocados los contenedores de basura).

Nos daremos cuenta, ya tarde, si es un hotel de la categoría que anuncian, cuando veamos si las cortinas y el mobiliario están ajados o completamente demodés;que los cierres del ventanal es mejor no tocarlos, porque te quedas con la manilla; que hace falta que den unas manos de pintura, que noten que el servicio huele o que la bañera es ciertamente una trampa para ancianos (y no tan ancianos).

También las comidas marcan la esencia hotelera. Te darán ganas de tirarle el plato a la cabeza a quien te lo sirve, cuando compruebes, por enésima vez, que es más de lo mismo un día tras otro y que se hace más que evidente que te están endiñando los sobrantes del día anterior. Ya se comentó lo del autoservicio, que al menos en teoría te permite elegir, entre lo malo, lo mejor. Se puso de moda poner a un cocinero a la vista; el hombre (generalmente) atiende una plancha pasando carne o pescado, cosa muy de ver y de hacer cola.

Claro que para hacer colas, las de las mañanas esperando llegar al tostador del pan. Son clásicas, porque hay quien pasa las piezas dos o tres veces. Otra cola es para servirse el café con leche (si no te lo ponen directamente en la mesa, claro), de unas infernales máquinas de servir fluidos… Recomiendo, sin dudarlo, la ingesta de este brebaje de máquina automática, porque puede servirnos de lenitivo y es una aceptable fórmula para adelgazar (por sus consecuencias en nuestro aparato digestivo). No solo volveremos bronceados sino con mejor silueta.

Fíjense bien en esas ofertas del “Todo incluido”, que a veces son engañosas.

Para empezar, casi siempre tienen limitaciones, de horario y de productos; así que no se le ocurra a usted estar todas las horas metiéndose güisqui va, güisqui viene de gañote, que no es así (y menos todavía que sea de la mejor marca), aunque lleve la pulserita de marras colgada. Si se fija bien, puede que su pulsera no tenga el mismo color que la del guiri de al lado y sepa que eso es por algo. La razón es sencillísima, lleve la pulsera igual o no. Y es que usted no es guiri y su estancia le cuesta más que al rojo mamón seboso que no para de beber cerveza. Habría que pedir explicaciones del porqué de esta discriminación; pero mejor no: nos cabrearíamos todavía más.

Admito que las descripciones anteriores suponen hoteles de cierta categoría estándar, tal vez clónicos, sin personalidad, con la estricta misión de dar satisfacción al numeroso turismo de aluvión. Los hoteles denominados “con encanto” (de relativa interpretación), así como los más sofisticados de gran categoría y los que apenas si llegan a ser pensiones algo mejoradas, también tienen su propia identidad y sus determinadas características. Merecen atención específica.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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