2.- La pensión de Catalina
A la mitad de la calle Olzinellas, entre la plaza de Sans y la iglesia de san Medin, en la tercera planta de la pensión Habana, tenía su hogar mi amigo Emilio Soto Alba. Allí vivía desde que, injustamente, lo expulsaron del colegio, en una habitación interior de unos escasos ocho metros cuadrados. Se había convertido en un joven saleroso y bien plantado, pero con la misma pinta de caradura que había tenido siempre: ojos brillantes y expresivos, boca alegre y desvergonzada, risa irónica y burlona, y una expresión aguda e ingeniosa. Tenía el pelo largo, negro y brillante, como de seda; pero lo más llamativo era su divertido desparpajo de vendedor de chiringuito playero.