7.- La expulsión.
Al día siguiente, a las diez en punto de la mañana, se presentó el Prefecto en el estudio. Agitó un manojo de llaves, se hizo el silencio y guardamos los libros en el pupitre. Subió a la tarima, sacó un papel del bolsillo y lo abrió con mucha ceremonia. Durante unos instantes, la vida en el aula se detuvo. No se oía el vuelo de una mosca.
—Emilio Soto Alba, póngase en pie —dijo por fin, con el papel en la mano—.
“El Colilla” se levantó de la silla y bajó la cabeza mirando los garabatos de la tapa del pupitre.
—¡Venga aquí! —gritó el cura en tono autoritario—.